jueves, 21 de enero de 2016

Cuéntame un cuento, cuéntame qué hay


El cuento del jueves: Tenga para que se entretenga de José Emilio Pacheco (México).

 De babosas amarillas y hoyos en la tierra.
Debemos admitirlo, cuando en México se entra en un hoyo bajo la tierra es complicado volver a aparecer. Ahora que tenemos de regreso a nuestro capo favorito y las actrices tiene aspiraciones más grandes que dirigir el DIF desde un palacio de marfil, es posible recordar, con algo de miedo, muy despacito, deslizándonos lentamente fuera del caparazón, el fascinante caso de Rafaelito.
Me refiero, por supuesto, al niñito que hace 70 años desapareció por un túnel en el parque de Chapultepec; ingratamente, y por el momento, no existen planes para la filmación de una película sobre su corta vida, solamente tenemos un cuentecito que no pasa de 9 páginas, escrito en el año de 1972, inigualable integrante del libro El Principio del Placer, por el fascinante José Emilio Pacheco.
La estructura narrativa en Tenga para que se entretenga, nombre de tan mentado escrito, es de corte epistolar, está narrada como un informe confidencial. Dentro de ésta convergen diferentes símbolos y recursos literarios, el interés de esta columna se centra en tres de ellos: la prensa, el estado y la desaparición o aparición.


“El público encontró un escape de las tensiones de la guerra, la escasez, la carestía, los apagones preventivos, el descontento político y se apasionó por el caso durante algunas semanas mientras continuaban las investigaciones en Chapultepec” (Pacheco, 1972: 24).

El papel de la prensa es delatado por Pacheco como una crítica hacía la poca veracidad de los medios masivos.  Las acusaciones por parte de la  opinión pública, que señalan tanto a la señora Olga, madre de Rafaelito, como a las sectas prehispánicas que practican sacrificios humanos presuntos responsables de la desaparición, se tornan cómicas y ácidas; en cierto punto el mismo narrador, quien es un  detective privado con aspiraciones de escritor y – sin ningún ánimo de publicación por supuesto- , cae en las declaraciones amarillistas de los medios. En el caso del estado, principalmente en el inicio y durante el cierre del cuento, notamos el uso de la desaparición como elemento reivindicador  para su imagen. Recordemos que el contexto histórico se sitúa en los años 40 durante el período presidencial de Manuel Ávila Camacho durante el cual estalla la Segunda Guerra Mundial.  En un principio se cree que el caso fungirá el papel de “reflector positivo” hacia la imagen nacional, se brinda entonces el apoyo a la familia, cabe señalar que ésta pertenece a  la clase alta, sin embargo el giro insólito que éste toma desencadena su  completa desacreditación. A nuestro detective se le ofrece una cuantiosa suma en efectivo por sus servicios y se le indica olvidarse del asunto.  Por último, los escenarios y personajes poseen una cualidad interesante, la habilidad de desaparecer y aparecer a voluntad, el túnel, el niño, el antagonista; es justo en este último elemento con el cual la palabra desaparición se convierte en el punto de convergencia y tema fundamental en este escrito. 
José Emilio Pacheco nos recuerda algo importante, los túneles vuelven a estar de moda. A todos nos interesa saber qué hay dentro, hacía dónde conducen y sobretodo, quién ha pasado por ahí. El escritor se ha adelantado a las circunstancias que hoy encabezan los periódicos nacionales e internacionales, y revientan las redes sociales con chistes visuales irónicos; presenta un ser, una criatura, tan fascinante, oscura y significativa que sólo podría ser el túnel su polémica morada.

Para esas horas Chapultepec había quedado desierto. Con una ramita, el niño se divertía en poner obstáculos al desplazamiento de un caracol, De pronto se abrió un rectángulo de madera oculto bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre que dijo a Rafael:
-Déjalo, no lo molestes, Los caracoles no muerden y conocen el reino de los muertos.
Salió del subterráneo, fue hacia la señora, le tendió un periódico doblado en dos y una rosa con un alfiler:
-Tenga para que se entretenga, Tenga para que se la prenda […] (Pacheco, 1972: 20).
***
- Señora, disculpe usted el atrevimiento, pero si el hombre era tan extravagante, ¿por qué dejó usted que Rafaelito bajara con él?
-No sé, no sé. Por estúpida. Cuando el hombre se acercó vi que estaba muy pálido...
¿Cómo decirle?, blancuzco..., eso es: como un caracol, un caracol fuera de su concha...” (Pacheco, 1972: 27).

Se puede pensar que tenemos en  frente a un personaje que pertenece a la familia de los moluscos de origen alemán con tendencias imperialistas, tal vez un secuestrador de niños con anemia o, mi teoría favorita en definitiva y espero que también agrade al lector, hemos encontrado  al caracol mexicano.
El antagonista de Tenga para que se entretenga nos recuerda que la literatura puede reflejar el entorno inmediato del mundo tal y como es concebido a los ojos del autor. Nuestro caracol, ese personaje tan enigmático, popular y mediático, refleja las preocupaciones de la sociedad mexicana en el siglo pasado. La cualidad de desaparecer y aparecer a voluntad sólo contribuye a aseverar  que éste se encuentra entre nosotros, aquí, en pleno siglo XXI, jugando a las escondidas, fingiendo que sale de su caparazón.
Miremos dentro del túnel, ¿algún caracol a la vista? 
Isadora Cabrera.

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