El cuento del jueves: Tenga para
que se entretenga de José Emilio Pacheco (México).
De babosas amarillas y hoyos
en la tierra.
Debemos admitirlo, cuando en México se entra en un hoyo bajo
la tierra es complicado volver a aparecer. Ahora que tenemos de regreso a
nuestro capo favorito y las actrices tiene aspiraciones más grandes que dirigir
el DIF desde un palacio de marfil, es posible recordar, con algo de miedo, muy
despacito, deslizándonos lentamente fuera del caparazón, el fascinante caso de
Rafaelito.
Me refiero, por supuesto, al niñito que hace 70 años desapareció por un túnel en el parque de Chapultepec; ingratamente, y por el momento, no existen planes para la filmación de una película sobre su corta vida, solamente tenemos un cuentecito que no pasa de 9 páginas, escrito en el año de 1972, inigualable integrante del libro El Principio del Placer, por el fascinante José Emilio Pacheco.
Me refiero, por supuesto, al niñito que hace 70 años desapareció por un túnel en el parque de Chapultepec; ingratamente, y por el momento, no existen planes para la filmación de una película sobre su corta vida, solamente tenemos un cuentecito que no pasa de 9 páginas, escrito en el año de 1972, inigualable integrante del libro El Principio del Placer, por el fascinante José Emilio Pacheco.
La
estructura narrativa en Tenga para que se
entretenga, nombre de tan mentado escrito, es de corte epistolar, está
narrada como un informe confidencial. Dentro de ésta convergen diferentes símbolos y recursos literarios, el interés de
esta columna se centra en tres de ellos: la prensa, el estado y la desaparición
o aparición.
“El público
encontró un escape de las tensiones de la guerra, la escasez, la carestía, los
apagones preventivos, el descontento político y se apasionó por el caso durante
algunas semanas mientras continuaban las investigaciones en Chapultepec”
(Pacheco, 1972: 24).
El papel de
la prensa es delatado por Pacheco como
una crítica hacía la poca veracidad de los medios masivos. Las acusaciones por parte de la opinión pública, que señalan tanto a la
señora Olga, madre de Rafaelito, como a las sectas prehispánicas que practican
sacrificios humanos presuntos responsables de la desaparición, se tornan cómicas y ácidas; en cierto punto el mismo narrador,
quien es un detective privado con
aspiraciones de escritor y – sin ningún
ánimo de publicación por supuesto- , cae en las declaraciones amarillistas
de los medios. En el caso del
estado, principalmente en el inicio y durante el cierre del cuento, notamos el
uso de la desaparición como elemento reivindicador para su imagen. Recordemos que el contexto
histórico se sitúa en los años 40 durante el período presidencial de Manuel
Ávila Camacho durante el cual estalla la Segunda Guerra Mundial. En un principio se cree que el caso fungirá
el papel de “reflector positivo” hacia la imagen nacional, se brinda entonces
el apoyo a la familia, cabe señalar que ésta pertenece a la clase alta, sin embargo el giro insólito
que éste toma desencadena su completa
desacreditación. A nuestro detective se le ofrece una cuantiosa suma en
efectivo por sus servicios y se le indica olvidarse del asunto. Por último, los
escenarios y personajes poseen una cualidad interesante, la habilidad de
desaparecer y aparecer a voluntad, el túnel, el niño, el antagonista; es justo
en este último elemento con el cual la palabra desaparición se convierte en el punto de convergencia y tema
fundamental en este escrito.
José Emilio
Pacheco nos recuerda algo importante, los túneles vuelven a estar de moda. A
todos nos interesa saber qué hay dentro, hacía dónde conducen y sobretodo,
quién ha pasado por ahí. El escritor se ha adelantado a las circunstancias que
hoy encabezan los periódicos nacionales e internacionales, y revientan las redes sociales con chistes
visuales irónicos; presenta un ser, una criatura, tan fascinante, oscura y
significativa que sólo podría ser el túnel su polémica morada.
“Para esas horas Chapultepec había
quedado desierto. Con una ramita, el niño se divertía en poner obstáculos al
desplazamiento de un caracol, De pronto se abrió un rectángulo de madera oculto
bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre que dijo a Rafael:
-Déjalo, no lo molestes, Los caracoles no muerden y conocen el reino de
los muertos.
Salió del
subterráneo, fue hacia la señora, le tendió un periódico doblado en dos y una
rosa con un alfiler:
-Tenga para
que se entretenga, Tenga para que se la prenda […] (Pacheco, 1972: 20).
***
- Señora,
disculpe usted el atrevimiento, pero si el hombre era tan extravagante, ¿por
qué dejó usted que Rafaelito bajara con él?
-No sé, no
sé. Por estúpida. Cuando el hombre se acercó vi que estaba muy pálido...
¿Cómo
decirle?, blancuzco..., eso es: como un caracol, un caracol fuera de su
concha...” (Pacheco, 1972: 27).
Se puede pensar que tenemos en frente a un personaje que pertenece a la familia
de los moluscos de origen alemán con tendencias imperialistas, tal vez un
secuestrador de niños con anemia o, mi teoría favorita en definitiva y espero
que también agrade al lector, hemos encontrado al caracol mexicano.
El
antagonista de Tenga para que se entretenga nos recuerda que la literatura
puede reflejar el entorno inmediato del mundo tal y como es concebido a los
ojos del autor. Nuestro
caracol, ese personaje tan enigmático, popular y mediático, refleja las
preocupaciones de la sociedad mexicana en el siglo pasado. La cualidad de
desaparecer y aparecer a voluntad sólo contribuye a aseverar que éste se encuentra entre nosotros, aquí,
en pleno siglo XXI, jugando a las escondidas, fingiendo que sale de su
caparazón.
Miremos
dentro del túnel, ¿algún caracol a la vista?
Isadora Cabrera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario