Ansari y el malcriado freelance de la segunda generación indecisa
“Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la
higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado
se tratara, pendí un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un
marido y un hogar feliz e hijos. Y otro higo era una famosa poeta y otro higo
era una brillante profesora. Y otro higo era Europa y África y Sudamérica. Y
otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con
nombres raros y profesiones poco usuales. Y más allá y por encima de aquellos
higos había muchos que no podía identificar. Me vi a mí misma sentada en la
bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre solo porque no podía
decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero
elegir uno significaba perder el resto. Mientras estaba ahí sentada sin
decidirme, empezaron a arrugarse y a tornarse negros. Y, uno por uno, cayeron
al suelo, a mis pies.”
—La campana de cristal de Sylvia Plath. Master of None, capítulo 10
“Finale” minuto 20:30.
Apenas al entrar a segundo semestre (y sobrevivir al primero) recordé
mi promesa de vacaciones, que iba a
dedicarme en cuerpo y alma a la escuela. Llegó el martes y decidí empezar y
acabar con Master of None, una serie indie
que uno se sorprende dejando para después en la lista de Netflix, precisamente la
plataforma que la produce y emite. Sin embargo, al contar tan solo con una sola
temporada de cinco horas en total (divididas en diez capítulos de treinta
minutos. Matemáticas); la serie dirigida, escrita y protagonizada por Aziz
Ansari (Parks & Recreation, Buried
Alive) se posiciona como la mejor comedia del año 2015, según The New York Times. Como la columna
presente no es patrocinada por Netflix, ésta se interesa en dar una reseña
neutral, de verdad. Sobre todo porque es la obra perfecta a modo de inauguración de estas columnas
con nombre pretencioso; escritas por una persona que toma MUCHAS decisiones y
persevera con muy pocas.
El título muestra el transcurso de los “veinte y pico” de
Dev Shah, un indoamericano neoyorquino descendiente de inmigrantes y por lo tanto,
parte de la segunda generación que tiene las comodidades que sus progenitores
no tuvieron. Dev es (o pretende ser) actor, actuando en comerciales, sitcoms y
películas, fracasando eventualmente en algunos trabajos y viviendo de las
regalías de pequeños comerciales.
Tan solo el título habla de la trama, al provenir de la frase figurativa “Jack of all trades, master of none”,
traducido en español como “Aprendiz de
todos los oficios, maestro de nada”. Y a lo largo de la historia se tiene esa
sensación de que se “habla” de todo y de nada, puesto que el eje principal, el
propio Dev, se da cuenta de que nada en su vida es seguro, precisamente en la
edad en donde el camino “debe” volverse más claro. Es la impaciente vida del millennial contra su incapacidad de convertirse
en adulto.
El género de comedia que le adjudican es algo muy debatible.
Master of None como tal no pretende
causar la típica y simplona risa pregrabada de otras series, ni escupir “Nueva
York” por todos lados; sino que busca ese rastro de burla y/o ridículo encima
de la porción indicada de profundidad. La reflexión y la comedia negra son acompañadas
con el estilo fílmico que Netflix ha probado anteriormente con Orange is the New Black y Better Call Saul.
A pesar de retratar a un perdedor neoyorquino, quejándose de su día a día por
cosas tan banales como la recepción del wi-fi; se manejan temas tanto triviales
como importantes: el racismo, la dificultad de la vida laboral, el machismo, el
acoso sexual, la integración de distintas preferencias sexuales como algo
ordinario, las diferencias generacionales entre padre-hijo y sobre todo el amor
moderno (posmoderno… posposmoderno) en tiempos de las redes sociales masivas.
Todas las índoles que afectaron a Dev y a su alrededor en algún momento.
Entonces, si todo es profundidad y ridículos ocasionales, ¿Master of None debe considerarse
imperdible? La respuesta puede ser muy compleja, porque siempre existe ese lado
malo o en este caso ese lado todavía neutral que también debe enfocarse en lo
flaco de la trama.
En plena serie da la sensación de que Dev es un Gary Stu*. Más allá del protagonismo intrínseco y las partes esenciales
de la historia, al resto de los personajes no se les brinda la profundidad
necesaria que haría del desarrollo algo más disfrutable, siendo tan exagerado como el juego de Simón dice. Con respecto al interés amoroso de Dev, Rachel,
es fácil identificar por qué uno termina odiándola y es sólo porque uno se mete
tanto en el egoísmo del personaje principal, al punto en que lo demás se vuelve
predecible. Son reconocibles los diálogos planos, las relaciones forzadas y el
cambio tan extremo entre una temática y otra. Spoiler: extendieron los inicios
de la relación de Lily y Marshall de HIMYM en un capítulo 9 decepcionante.
Alan Yang y Aziz Ansari fraguaron un título que refleja el
tiempo en el que vive, que le habla a una generación indecisa, una generación
que tiene todo a su favor pero a la vez lucha por encontrar su sitio. Es una
serie sobre personas reales que quieren entender lo que es la vida, sin dejar
de vivirla.
Desde el primer capítulo se puede decidir si uno decide dar su alma a la obra o
no, a pesar de la evolución evidente y de treinta minutos que dicen más de lo
que se alcanza a percibir en el momento. En palabras de Yang es gracias a los heterosexuales blancos que
dominaron el mundo de la TV y el cine por tanto tiempo; que ahora la historia
de cualquiera parece original y fresca.
NO IMPORTA TANTO LO
QUE PASA, SINO POR QUÉ PASA
7.5/10
Nadia Bárcena Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario