sábado, 30 de enero de 2016

Los caminos de la vida: crónicas de autobús

Por Wendy Ortiz


Estaban por dar las seis de la tarde, el sol concluía su rutina absorbido por el asfalto de una ciudad que, cansada, se preparaba para recibir a los pasajeros que abordaban el autobús, adentrándose en su ambiente de cálido sopor. Ahí estaba yo, regresaba silenciosa a casa observando a toda esa gente que subía inexpresiva, y me preguntaba si realmente funcionaban las cámaras que la administración anterior había colocado en las unidades, como parte de su fracasado proyecto de modernización del transporte.

Todo parecía cotidiano, el autobús seguía su ruta y algunos pasajeros dormían, cuando, por razones desconocidas, estando cerca de dar vuelta hacia la parada de plaza del parque el chofer decidió seguir en línea recta sin detenerse. Una señora que viajaba en los asientos de adelante, como de unos cincuenta años, se levantó indignada recriminándole aquella falta y alegando que quería bajar; el chofer, molesto miró a la señora y contestó – ¡ay señora! ¡Pa´ qué no me dijo que iba a bajar! ¡Ahora espérese hasta la otra parada!– a lo que ésta replicó – ¡pero si es su responsabilidad detenerse en las paradas establecidas! ¡Diario viajo en el camión y sé que tiene que detenerse ahí! ¡Ah, pero no fuera una chamaquita, porque entonces sí se detendría!

En ese momento, estupefactos, todos los pasajeros mirábamos la escena sin atinar alguna respuesta; desde el fondo del autobús, otra mujer gritó al camionero que sí era su responsabilidad detenerse, y que iba a reportarlo por no hacerlo; la discusión continuaba haciéndose cada vez más fuerte y más difusa, hasta que por fin llegamos a la siguiente parada y el conductor se detuvo. Ambas mujeres bajaron echando pestes del pésimo servicio que se les daba.

El silencio se volvió a hacer presente, lo único que podía observar, era el rostro malhumorado del chofer asomándose por el retrovisor; y la tensión que aún ambientaba el interior del autobús, se fue desvaneciendo por las ventanillas abiertas mientras éste avanzaba. Aquella escena no dejaba de repetirse en mi cabeza, cada vez que volvía a acordarme, una risilla de desconcierto se me escapaba de los labios.

Unos kilómetros después, me levanté una cuadra antes de llegar a mi destino para evitar inconvenientes, cuando el camión se detuvo, por un segundo volví a mirar el rostro del chofer en el reflejo del retrovisor, – ¡ese hombre de verdad que ha tenido un mal día hoy!– pensé. Al bajar del camión recordé mi duda respecto a las cámaras, atravesé la avenida para llegar a casa, y mientras caminaba sonreí satisfecha de saber que, si éstas realmente funcionaran, probablemente muchos choferes, antes de evitar un alto o una parada establecida en su ruta, tomarían en cuenta que están siendo grabados.

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