Sean ustedes bienvenidos, estimados lectores, a este
apartado que el presente día traigo para su disfrute –o por lo menos, para
cumplir con mi deber. Si el título de la columna no revela el tema general de
mis próximos escritos en este sitio, procuraré esclarecer la idea de mi
cometido: de lo que tratará esta columna será nada más y nada menos que de los
mejores –o peores– asesinos de la historia, o tantos como me sea posible
abarcar. Antes de comenzar, me gustaría aclarar de igual manera que el título
no es otra cosa que una referencia a las espléndidas obras de Sir Arthur Conan Doyle, en el caso de
que a alguno le resulte familiar o no.
Ahora bien, me tomaré la libertad
de introducirlos primeramente al tema en discusión: el origen del asesino. En
general, se podría asegurar con un importante grado de certeza que todo hombre,
en algún instante de su vida, ha considerado siquiera acabar con la vida de su congénere.
Resulta fascinante y escalofriante a la vez pensar en la posibilidad de que
esta acción sea mero producto del instinto y la naturaleza humana, o si se
trata solamente de una perversión de los mismos. ¿En qué momento el ser humano
se corrompe de esta manera, o es que simplemente le es fiel a su brutalidad?
Ubicar el comienzo del comportamiento asesino en la raza que
se autoproclama sapiente y racional resultaría cercano a lo imposible; no
obstante, la especulación al respecto no está de más. El asesinato es un acto
que ordinariamente aparentaría la carencia de humanidad o sentido moral en el
individuo que lo protagoniza, pero ¿es realmente así? Me atrevo a asegurar que,
desde tiempos remotos, el hombre primitivo era constante ejecutor de la
destrucción de su prójimo –lo que en sus circunstancias habría sido algo
completamente natural, y no el crimen que en nuestros tiempos esto significa.
La aniquilación entre iguales se ha visto presente en todo
momento de la historia universal, desde pequeñas agresiones entre dos individuos
que quedan en el anonimato o el olvido hasta los grandes exterminios que han
marcado el rumbo de la humanidad. Inclusive en las religiones, el asesinato –consciente
o no– conforma una parte esencial del
hombre, como si se tratara de una especie de gen destructivo inherente a él. En el caso de la religión judo-cristiana,
por ejemplo, es Caín el primero en trasgredir en contra de su propio hermano en
tiempos apenas posteriores a la Creación, según las escrituras. Y así en varias
otras religiones, comprendiendo también la mitología de las diversas culturas emergentes.
Por tanto, ¿podría ser acaso un rasgo
propio del ser humano, algo así como el recuerdo de su animalidad del que no ha
podido deshacerse a pesar de su evolución?
Actualmente, comprender la razón por la que una persona es
capaz de desatar la muerte tras su paso no es una tarea sencilla, y suele
suceder mucho tiempo después de su desenmascaramiento, mientras cumple su
condena en la cárcel o incluso después de haber abandonado el plano terrenal en
el que habitamos. Esto se vuelve alarmante ante la aparición del famoso asesino serial, al cual el FBI describe
como aquél que ha cometido una sucesión de dos o más asesinatos, generalmente
de forma separada. Y con esto dicho, concluyo el tópico de hoy con la siguiente
cita: “Todos han pensado en matar a
alguien, de una forma u otra, por su propia mano o por la mano de Dios.” (Will Graham, NBC Hannibal).
Por: Marissa Sigala A.
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