lunes, 18 de enero de 2016

Diario de viajes ficticios


“Algunas personas sueñan con viajar por el mundo, escalar montañas, navegar océanos o ríos salvajes; otros sueñan con tener una casa, tener un trabajo, comprarse un reloj o comer en restaurantes caros. No importa cómo sea, la aventura es adentrarse en lo desconocido, y todo el mundo, en el fondo, lo desea.”
Harry Devert



Hay quien dice que no importa dónde estés, sino con quien estés, pero yo difiero de opinión. Verán, cuando uno mismo puede ser la suficiente compañía propia, entonces las oportunidades se abren, un viaje representa una potencial experiencia única esperando donde sea. No sé si es que uno nazca con esta sed de conocer lugares y culturas, de vivir fuera de lo común, lo cierto es que, desde que recuerdo, tengo la inquietud de salir fuera de la ciudad donde vivo a ver qué me depara en otras partes del mundo. 

   En esta ocasión, mi ruta comenzó en Kayenta, Arizona, una ciudad habitada en su mayoría por indios americanos, perteneciente al condado de Navajo, que tiene un clima desértico y la cualidad de que la tierra es color rojo. Llegué por la noche y me hospedé en un motel, ansiosa por despertarme temprano al día siguiente para tomar la ruta 163 hacia el Monument Valley, con la intención de llegar al Parque Nacional del Gran Cañón. Hacia allá son unas tres horas de viaje en carretera que siempre se hacen más agradables si uno lleva la música adecuada, y para el caso recomiendo Fleetwood Mac y Creedence Clearwater Revival.   

   Considero que uno de los ingredientes que pueden enriquecer enormemente un viaje y hacer de él una experiencia más completa es la capacidad de apreciar los pequeños detalles, tales como detener unos momentos el auto en la orilla de la carretera y bajarse a contemplar detenidamente el paisaje y, por qué no, comprar un par de souvenirs, en esta ocasión, un par de piezas de bisutería india. Hay una parte del camino en la cual es difícil manejar y, después de pedir varias veces indicaciones, finalmente pude llegar.

   La vista que uno obtiene desde los miradores es impresionante (para quien no le teme a las alturas); una maravilla natural esculpida por la fuerza del río Colorado, erupciones volcánicas y terremotos desde hace millones de años. Después de un largo recorrido, conocí a una pareja australiana de jubilados, quienes, al igual que yo, estaban de visita por unos días. Fuimos a comer a un restaurante de la zona y después nos tuvimos que despedir, ya que yo me había inscrito a una excursión en bicicleta.


   Al día siguiente, decidí visitar el Red Rock State Park, el cual posee acumulaciones de arena rojiza tan caprichosas y de tanta altitud que lo hacen parecer un castillo en todo su esplendor; la verde vegetación y éstas hacen un contraste bastante atractivo. Me uní a un recorrido guiado en el que ascendimos por el terreno y visitamos algunas grutas donde hay pinturas rupestres que datan aproximadamente de los años 1100 – 1425 D.C., pertenecientes a la cultura Sinagua. Después di un paseo por la ciudad de Sedona (donde se encuentra ubicado este parque) y al día siguiente emprendí el regreso a casa.

   Arizona es un estado con grandes atractivos visuales y, además, naturales, así que si son admiradores de los paisajes de colores cálidos, las culturas nativas de la región y su folclore, las caminatas por senderos divididos entre bosque y tierra, el sol (por favor, vayan en verano) y, en resumidas cuentas, estar en contacto con la naturaleza, estos lugares pueden ser un gran destino turístico para ustedes. 

Ana Estrada Martínez

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