lunes, 9 de mayo de 2016

Diario de viajes ficticios

Quién sabe lo que habite en las profundidades del océano, es muy probable que jamás lo averigüemos, pues las herramientas que existen para explorarlas son aún muy limitadas y sin duda no es poca la extensión que abarca toda el agua de este planeta. Sólo aspiramos a formarnos ideas vagas de lo que se encuentra nadando por ahí y conformarnos con las especies marinas que viven en las cercanías -y no tanto- de la costa, y que, huelga decirlo, en realidad sí son muy vastas y sorprendentes.
     En esta ocasión viajé a las Islas Galápagos, aquéllas que fueron piedra angular en los estudios y trabajos de Charles Darwin sobre la evolución de las especies y ubicadas alrededor de la línea del ecuador terrestre, que poseen tanta diversidad en flora y fauna que también son conocidas como las Islas Encantadas. Este archipiélago es famoso por sus especies endémicas, tales como tortugas gigantes, una gran variedad de pájaros e iguanas tanto terrestres como marinas que alcanzan proporciones casi humanas, entre otras.
     El primer día llegué al aeropuerto de Isla Baltra, que está rodeada de arrecifes y playas donde se puede practicar el snorkel, el buceo y el surf y dentro de ella hay actividades como el senderismo y el ciclismo, pero no hay hoteles por lo que es necesario moverse a otra isla y la más cercana es Santa Cruz, cuya principal ciudad es Puerto Ayora. Cerca de ahí está Bahía Tortuga, un sitio con aguas cristalinas y arena blanquizca que resulta un verdadero paraíso, donde tuve la oportunidad de estar cerca de iguanas marinas, animales muy peculiares.
     De Santa Cruz me trasladé a Isla Isabela, que es la más extensa y que curiosamente tiene forma de caballo de mar. Me dijeron que era el mejor lugar en Galápagos para ver ballenas y era cierto, también hay infinidad de peces, delfines y pájaros. En esa isla estuve en Puerto Villamil, un pueblo muy pacífico y pintoresco donde las calles son de arena y se puede andar descalzo, éste está rodeado de lagunas paradisiacas y de volcanes, como el de Sierra Negra, cuyas vistas son invaluables. 
    Tan sólo pude pisar unas cuantas islas de las trece que conforman el archipiélago, pero en definitiva pasé unos días maravillosos (y también agotadores debido a las actividades acuáticas, los grandes tramos que hay que caminar, subir, escalar, presenciar y el calor omnipresente que siempre roba las energías más de la cuenta) rodeada por doquier de naturaleza exótica y sobre todo, de mucha, mucho agua. 


Ana Estrada Martínez

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