Finalmente, en esta onceava entrada, se hablará de uno de
los casos más renombrados en la historia del crimen, mismo que ha inspirado centenares
de obras y representaciones a lo largo de los años, y ha servido de brillante modelo
a seguir para decenas de asesinos. Resulta extraordinario cómo estando a más de
un siglo de distancia, el misterio perdura; durante esos cien años, detectives,
investigadores, policías y muchos aficionados han tratado de establecer un
perfil psicológico que fuese lo suficientemente acertado como para determinar
la personalidad o el nombre de este asesino, con evidente poco éxito. Su seudónimo
nos remite a un Londres Victoriano, evocando entre la niebla una críptica
silueta de capa y sombrero que ataca a sus víctimas sin piedad alguna, y
desaparece tan pronto como el crimen se hubo consumado. Por supuesto, se trata
de nada menos que el terrible Jack the Ripper o “Jack el Destripador”.
La leyenda nace en el año 1888, en uno de los entonces
peores distritos de todo Londres, Whitechapel; las calles eran azotadas por la
pobreza, y hombres, mujeres y niños por igual eran víctimas de la delincuencia;
oscuros callejones desembocaban a bares mugrientos y burdeles miserables en los
que algunas mujeres se ganaban la vida prostituyéndose por unos pocos peniques.
Es en este East End londinense que el breve reinado del terror del tan afamado
descuartizador dio comienzo. Su primer crimen –oficialmente, según el registro–
sucedió el 31 de agosto de ese año, a pesar de la existencia de sospechas
previas que aseguraban había habido otros dos asesinatos en su historial antes
del mencionado. Fue a tempranas horas del día, las calles aún oscuras, cuando
un transeúnte descubrió el cuerpo de Anne Mare Nichols tendido en el suelo; a
primera vista, aparentaba haber sufrido algún desmayo, mas cuando se acercaron
a auxiliarla descubrieron que ostentaba heridas tan viles que casi la
decapitaban, además de que su abdomen había sido mutilado.
Tiempo más tarde, su siguiente víctima sería Annie Chapman,
cuyo cuerpo fue hallado bajo circunstancias semejantes en la calle del Mercado
de Spitalfields el 8 de Septiembre, alrededor de las 6 a.m., sin encontrarse testigo
de los hechos más que una señora de nombre Elizabeth Long que se dirigía al
mercado esa misma mañana, quien vio a un hombre conversando con la prostituta –
y, si bien no logró identificar un rostro, describió al sospechoso como un
hombre elegante, de unos 40 años, que portaba sombrero y abrigo oscuros.
Respecto al cadáver de la víctima, las incisiones realizadas eran limpias y
expertas, propias de alguien con los conocimientos anatómicos y habilidad
suficientes para poder abrir un cuerpo y extraer los órganos con cuidado de no
dañar otras partes internas. Un trabajo rápido y preciso. La falta de indicios
concretos, no obstante, hacía que la investigación avanzase más lentamente;
todo el mundo había relacionado las muertes de ambas mujeres, a pesar de que la
policía se esmeraba en mantener absoluto silencio respecto a los casos, y los
periódicos aprovechaban esto para alimentar cada rumor que era escuchado. El
Scotland Yard llegó a ofrecer una gratificación a cualquiera que proporcionase
algún dato válido sobre la identidad del asesino, pero sólo obtuvieron falsos
culpables. Fue el 25 de septiembre que la Agencia Estatal de Noticias recibió
una nota en tinta roja de sardónico contenido firmada por el mismísimo Jack el
Destripador; a partir de entonces, el criminal seguiría escribiendo cartas y
poemas destinados al jefe de policía londinense, jactándose de su propia habilidad
para escabullirse en la oscuridad de las calles y evitar su captura, alardeando
a su vez de la perfección de sus crímenes y anticipando nuevos ataques, siempre
confiado.
Para el domingo siguiente ya había otro cadáver en la calle
Berner; la prostituta fue identificada como Elizabeth Stride, quien a
diferencia de las víctimas anteriores, no presentaba tantos signos de violencia
– posiblemente porque el asesino fue interrumpido en el acto, mientras la
degollaba, y huyó antes de consumar su obra. En esta ocasión, varias personas
atestiguaron haberla visto momentos previos a su homicidio: iba acompañada de
un hombre de treinta y tantos años, de pelo y bigote negros, que portaba un
abrigo negro y sombrero alto, junto con un maletín. De ella siguió Kate Eddowes, quien como las
demás, tenía por oficio el de la prostitución y como afición, la bebida.
Similarmente, su cuerpo fue encontrado con la garganta degollada y el vientre
seccionado, un par de órganos –entre ellos, un riñón– faltantes. Pero, sin
lugar a dudas, el crimen más violento del Destripador fue su último asesinato:
Mary Kelly, una joven prostituta de 21 años. El cadáver estaba tumbado sobre la
cama con múltiples heridas de arma blanca, completamente mutilado y con la
arteria carótida seccionada. La ferocidad de este asesinato asombró a los
cirujanos veteranos de policía. El médico forense necesitó varias páginas para
redactar el informe de las lesiones y órganos extraídos.
Tras este terrible homicidio, que desató el horror total en
todo Londres, no se volvió a saber del afamado Jack el Destripador. Es difícil
determinar si todas las atrocidades contadas fueron realmente obra de este
psicópata asesino, o si se trató de otro de los relatos que este personaje
inspiró; lo cierto es que como él, no ha habido criminal semejante –por fortuna–
y ha el impacto de este caso ha dejado una importante huella en la historia. La
búsqueda de reconocimiento puede llevar a un simple criminal a cometer las más
inimaginables vilezas contra la humanidad, y resulta evidente que el
Destripador logró su objetivo, ganándose un ejemplar puesto entre los asesinos
más despiadados y reconocidos de todos los tiempos. La leyenda de esta mente
sádica y brillante perdurará eternamente.
Por: Marissa Sigala
A.
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