domingo, 8 de mayo de 2016

Retazos de existencia.

Pinceladas de dolor.


“Estoy maldito, lo sé y lo he comprobado. Hay algo que está mal en mi alma o quizá ofendí a algún dios. Mi pasión ha tomado varias vidas, demasiadas como para seguir cargándolas en mi conciencia. Las personas a mi alrededor creen que estoy perdiendo el juicio o que quizá el olor de los materiales está causando estragos en mi mente, tengo una teoría respecto a eso: están conscientes de mi maldición pero prefieren callarlo en mi presencia o en definitiva son lo suficientemente estúpidos como para ignorar los hechos. Quizá usted no me tache de loco.

Cuando se es un solitario y tímido niño, lo único que se requiere es un poco de atención; pero si eres el más pequeño de la familia, tus hermanos son adolescentes preocupados por sus hormonas y tus padres están atravesando un tormentoso proceso de divorcio, bueno, debes resignarte y sentir agradecido de que no ser arrasado al juicio para ser presentado como una prueba del “mal trabajo” que está haciendo uno de tus progenitores. Al final mi padre ganó la custodia de mi hermano mayor y la mía, las gemelas se quedaron con mamá.

Una tarde, papá regreso temprano del trabajo, pasó por mí y me llevo a un centro recreativo, al parecer me había inscrito en clases de pintura pues le frustraba que me quedara solo todo el día. En un principio asistía a regañadientes, pero de a poco descubrí que pintar me llenaba de alegría. No tenía talento innato, pero me empeñe tanto ser el mejor de la clase que mi técnica y estilo progresaron de manera sorprendente. Mi padre estaba tan complacido que me ayudo a entrar a una escuela de arte, y fue ahí donde todo comenzó a torcerse.

Sucedió durante el otoño de mi 3er año. Habíamos comenzado con los retratos, como parte de un proyecto un grupo de estudiantes de preparatoria se ofrecieron como voluntarios para nuestras prácticas. A mí me tocó una chica de solo 17 años, las primeras dos semanas todo marchaba bien, incluso habíamos comenzado a coquetearnos. El último día ella asistió para los últimos detalles; fue demasiado repentino, un momento estaba contándome acerca de sus amigas y al siguiente su cuerpo caía de la silla inerte. Había muerto y según la autopsia fue un derrame cerebral. Si todo hubiera quedado en ese simple hecho que parecía haber ocurrido aleatoriamente quizá no estaría aquí.

Fue como una fila de dominós cayendo uno tras otro: ese incidente marcó un punto y aparte en mi carrera. Continúe pintando, pero eventos extraños comenzaron a ocurrir. Ya fueran paisajes o retratos, todas mis obras tomaban la vida de sus dueños. Tardé un poco de hacer las conexiones, pero al final descubrí que solo existían un par de días entre la adquisición de la pintura y la muerte del comprador. Es demasiado para mí y lo peor es que no consigo que alguien me crea. Soy el único responsable y puede que no resista esta culpa. Por eso he comenzado a pintar un autorretrato, la maldición no puede detenerse en mi ¿cierto?”

Andrea Hernández Álvarez



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