miércoles, 18 de mayo de 2016

Sobre insectos y arácnidos, reflexiones de un simple hombre: Guerras del centenario




                Batallas eternas, guerras sin fin, ¿cuándo esto acabará? Tantas batallas se han escrito en las páginas de la historia de la humanidad, teniendo como punto de partida una discusión principal o un punto por el cual se pelea. En ocasiones las batallas no son bastante justas, pues hay un bando que por sobre todo tiene el poder mayor para sublimar a la fuerza contraria. En el caso del insecto del cual se hablará en esta columna, un escarabajo que pelea por razones desconocidas dentro de las casas será presentado. Pero realmente, ¿su batalla realmente debería de ser librada contra ese enemigo? ¿No será acaso un ser más poderoso el cual le tiende una trampa aun sin querer? ¿Acaso el humano tendrá un poco de culpa dentro de esta disputa del centenario?

Soldado en contra de la opresión paredal
                ¿Con cuántos nombres se puede conocer a un simple insecto? Jicotillo, mayate, escarabajo ciego, tantos nombres puede tener aquel que entra a invadir la casa humana con maléficas intenciones, asesinar. Pero no se debe de tener bastante cuidado, tampoco resguardar a los niños dentro del bunker nuclear debajo del sótano de la casa, en cambio, la presa de este volador ruidoso son las paredes. Él no dudará ni un poco en usar la enorme fuerza de todo su cuerpo ovalado para golpear con impresionante fuerza la pared, en busca de derribar la misma y ser un orgullo para los de su clase. Pocos, si no es que ninguno lo han logrado, pero los suficientes lo han intentado sin cesar hasta caer en vergüenza sobre su parte trasera y quedar totalmente en desventaja ante su enemigo.

                La vergüenza trae la muerte. En caso de la batalla que se libra dentro de la casa humana, todo está en contra de éstos escarabajos, la pared es muy dura, la luz es muy brillante, la bota es muy grande. Amigos jicotillos caen muertos uno tras otro antes las condiciones poco favorables que en su guerra encuentran, embarrados en el piso después de que su única debilidad les jugase su última oportunidad. Algunos otros tienen una última oportunidad para desertar en su guerra del centenario, pues una mano al contrario de la bota los ayuda a buscar la libertad, la puerta o ventana de la salvación, del hogar.

                Vergüenza deberían de tener aquellos que se alían con las paredes. Al final la culpa de la muerte del escarabajo derrumba-paredes no es suya, ni de su enemiga, si no de aquel que confabula con la pared para detener el zumbido del grito de guerra que anuncia el mayate; aprovechando su debilidad, su momento de desesperación, su imploración de ayuda, su vergüenza, para así acabar con su vida, creyendo que así se elimina el ruido. Por otro lado dichoso será aquel que con la mano desnuda o junto a una herramienta se alíe al insecto ciego y lo lleve a la gloria del aire fresco, pues si acaso todavía no es claro, estos pequeños son atraídos por la luz blanca reflejada en la pared iluminada por la noche, son atraídos por el ejecutor que no los desea por simplemente existir.


                El trabajo de un simple hombre, tratando de hacer a hombres no tan simples a entender que los simples insectos, son amigos, no es tan simple. Desde el inicio de ésta serie de columnas miercolecinas, un simple hombre ha tratado de mostrar la belleza de insectos que por su apariencia son repudiados, pero en este caso se apela a algo distinto, la debilidad de aquel que cae pidiendo ayuda y siendo visto como un simple foco de ruido, es muerto por cualquiera que n lo piensa dos veces. Por una vez se pide ponerse en las seis patas que aquel, atraído por culpa de la vida nocturna del humano, muere desesperado buscando reincorporarse a la tierra. Se pide, por el amor a la diversión espontanea que conlleva ver a un bichito azotarse en una pared, la piedad del ser racional que puede ayudar a uno que no lo es, manteniendo consigo, la honra de no atacar al desvalido sea o no humano.
Enemigo casi natural del jicotillo

Por: Aldo Arteaga Estrada

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