¡Oh genios de sombras!, ¡potencia malvada
que empañas la aurora con fúnebre velo,
y que gozas en ver separada
la abeja del cáliz, la estrella del cielo!
José Juan Tablada
Si realmente lo
quieres, déjalo ir – dicen -, pero si no lo quieres, con mayor razón: ¡déjalo
ir! Aun así, hay quienes prefieren retener a sus amigos en la Friendzone,
alimentándolos de falsas esperanzas.
¿Por qué lo hacen? Hace poco escuché de una amiga que desde que se
inventaron los pretextos dejaron de existir los tontos: sea la razón que sea,
todo se reduce a pretextos egoístas; no obstante, para los fines de esta
columna dividiremos a quienes dejan a otros en la Friendzone en dos tipos: 1)
Los que necesitan de un club de admiradores (o admiradoras) para sentirse
importantes, y 2) Los que tienen miedo a quedarse solos. Si bien es cierto que
da confianza sentirse del lado seguro, en realidad, al estar tan cerca de la
zona de amigos es más probable terminar cayendo. ¡Cuidado con asomarse al
precipicio! Cada quien por su propio peso.
Los más pesados son
aquellos que necesitan que otros les recuerden lo maravillosos que son para
mantener su autoestima en alto. En el caso de la Friendzone, muchas personas
mandan a sus amigos a este lugar a fin de formar su propio club de seguidores o
seguidoras que los hagan sentirse deseados e inalcanzables. Es la estrategia
típica de quienes son populares y que, valiéndose de su atractivo o su carisma,
coquetean con cuantos ingenuos se topen. Sin embargo, todo su galanteo es
simple vanidad e infinito egocentrismo; no es que realmente tengan el corazón
del tamaño de un hotel para dar hospedaje a cuantos quieran, sino que de hecho
su corazón es tan chiquito que sólo caben ellos mismos. Este es el primer tipo,
el de los ídolos que no brillarían de no ser por la luz que les dan sus
admiradores.
El segundo tipo es
el de los que necesitan que otros los quieran porque son incapaces de valorarse
a sí mismos y, además, tienen miedo a quedarse solos. Para ellos, tener un
amigo en la Friendzone representa algo así como tener un seguro de vida: les da seguridad y la certeza de que si algo
malo les ocurre habrá alguien no sólo dispuesto a ayudarlos, sino incluso ansioso
por hacerlo. Las personas de este tipo son tan inseguras que optan por dejar a
sus amigos en la Friendzone ya que no pueden asumir una decisión que los pueda
comprometer (como sentar una relación formal) o que pueda ponerlos en una
posición de igualdad cuando lo que realmente quieren es alguien que los
obedezca sin cuestionarlos. Saber que hay alguien queriéndolos
incondicionalmente les hace sacar fuerza de su inmensa debilidad, pero tan
pronto como ese amparo desaparece, vuelven a hundirse en su miseria.
Mandar
a todos a la Friendzone y hasta tener su propio club de admiradores allí puede
hacer que a uno se le suban los humos a la cabeza; sin embargo, ser rey o reina
de la zona de amigos es una dicha efímera. De la misma manera que el mundo
gira, la vida da sus propios vuelcos. Hay un ejemplo (extraído directamente del
formalismo ruso) que demuestra este punto: “A ama a B pero B no ama a A; cuando
B empieza a amar a A, A no ama más a B.”1 En otras palabras, ser el
primero en rechazar al otro no garantiza no ser el último en caer en el abismo
de la Friendzone. El ejemplo es apenas una posibilidad, pero no la única. Esto
no significa que tengamos que aceptar a todas las personas que nos quieren,
incluso a quienes no nos gustan, sino que uno no debe encadenar a otro a la
Friendzone mediante promesas falsas y coqueteos fingidos.
Si no te gusta no
le des alas… ¿Para qué aferrarnos a algo que no queremos? Es injusto para
ambos. No es necesario tener fans o admiradores atrapados como
pajaritos enjaulados. ¿De qué sirve tanta vanidad? Vanagloriarse contando
cuántos amigos ha dejado uno en la Friendzone es querer presumir lo que nos
falta: amor de verdad. Depender de la apreciación de quienes están desesperados
por las migajas de nuestro afecto solamente refleja deficiencia de amor propio,
una autoestima enferma. De un momento a otro, esta carga será demasiado pesada
para sostenernos del lado seguro y terminará arrastrándonos al abismo de la
Friendzone, aunque quizás únicamente una caída de tales proporciones sea capaz
de volvernos los pies al suelo y hacer que nos demos cuenta de lo egoístas que
hemos sido.
Ana Laura Bravo
1. Eichenbaum, B.
(1978). Teoría de la literatura de los formalistas rusos (3rd ed.). México:
Siglo Veintiuno Editores.
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