domingo, 29 de mayo de 2016

Infierno grande


XVIII
(Eloísa)

Comprender todos estos sucesos no era fácil. Yo nunca había pasado por algo como esto y todo gracias al pobre de Anastasio que me mandó a un hombre diferente con los que he estado. Normalmente todos se dicen machos, hablan con una belleza que atrae, y ahí caemos nosotras cual burras y después de sucumbir, los güeros se marchan sin hablar, sin mirar. Pero Roberto no es así, él me da mi espacio, me dice cosas bonitas pero él se queda, él me mira y sonríe. Muy distinto a aquellos sinvergüenzas.

Ahora él está escribiendo en la cama mientras yo me visto. A veces puedo sentir su mirada, recorriendo cada poro de mi piel, mientras el sonido de su lápiz rasga el papel.  Volteo a mirarlo y el sonríe. Y yo igual. El olor de su perfume se me quedó impregnado en mi cuello y ahora lo percibo como si estuviese en su pecho. Silba una melodía que me es familiar pero no logro recordar cómo es que se llama la canción: 'hoy mi playa se viste de amargura…'

Ya han pasado cuatro días desde que le dijeron a Roberto que su nota fue publicada y nada a acaecido. Yo creí que Alfonso Orizaba iba a echar pleito pero todo se ha transcurrido mansamente. Ahora él sale a fumar y yo preparo mi ropa limpia para tenderla en la azotea. Él día es esplendoroso, magnifico, el sol apremia con su luz cada rincón de la Higuera.

Trato de tender lo más rápido posible para volver a los brazos de Roberto, escucharlo hablar, sintiendo su respiración, volver a mirarlo y sentirme libre. Estos últimos días me ha dicho que lo lamenta, que actuó de manera estúpida. "Te traté mal, tú que sólo te preocupabas por mi"; pero yo no quiero escuchar eso, yo quiero abrazarlo. Sin duda, con él es con el que me he sentido más seguro.

Voy acabando de tender. Veo, desde la azotea, un colibrí que rodea el pirul donde Isabel apareció por primera vez en la vida de Roberto. Que bellos son los colibríes, con sus diferentes tonos de colores y su gran agilidad. Son lindos de verdad. Pero es extraño porque por la Higuera sólo se aparecen aves de rapiña y nunca lindos pájaritos. Yo quisiera volar como ellos, yo volaría como ellos. Roberto está con Héctor, el hijo de don Octavio. Parecen hablar de los colibríes. A lo lejos escucho un grito seco, es Alfonso Orizaba. Lo veo caminar hacia mi casa, jugando con su mano derecha con una pistola. "¡¡¡¡¡ROBERTO!!!!!" Veo a Roberto plantarse en medio de la calle, fumando su cigarro, y a Héctor atrás del pirul. Parece que estaba esperando ese momento. Observo su pasividad, su tranquilidad y me aterra. Dejo la ropa caer. Digo su nombre y me mira. Nuestras miradas colapsan mientras se va acercando Alfonso poco a poco a mi casa.

Yo no quiero que se marche. Quiero volar con él. Me dejo caer de la azotea y un viento libre me envuelve. Detonaciones inundan las calles.


J.A.N.H.

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