XVIII
(Eloísa)
Comprender
todos estos sucesos no era fácil. Yo nunca había pasado por algo como esto y
todo gracias al pobre de Anastasio que me mandó a un hombre diferente con los que
he estado. Normalmente todos se dicen machos, hablan con una belleza
que atrae, y ahí caemos nosotras cual burras y después de sucumbir, los güeros se marchan sin hablar, sin mirar. Pero Roberto no es así, él me da
mi espacio, me dice cosas bonitas pero él se queda, él me mira y sonríe. Muy distinto a aquellos sinvergüenzas.
Ahora
él está escribiendo en la cama mientras yo me visto. A veces puedo sentir su
mirada, recorriendo cada poro de mi piel, mientras el sonido de su lápiz rasga el
papel. Volteo a mirarlo y el sonríe. Y yo
igual. El olor de su perfume se me quedó impregnado en mi cuello y ahora lo percibo como si estuviese en su pecho. Silba una melodía que me es familiar pero
no logro recordar cómo es que se llama la canción: 'hoy mi playa se viste de
amargura…'
Ya han
pasado cuatro días desde que le dijeron a Roberto que su nota fue publicada y
nada a acaecido. Yo creí que Alfonso Orizaba iba a echar pleito
pero todo se ha transcurrido mansamente. Ahora él sale a fumar y yo preparo mi ropa
limpia para tenderla en la azotea. Él día es esplendoroso, magnifico, el sol
apremia con su luz cada rincón de la Higuera.
Trato
de tender lo más rápido posible para volver a los brazos de Roberto, escucharlo
hablar, sintiendo su respiración, volver a mirarlo y sentirme libre. Estos últimos días me ha
dicho que lo lamenta, que actuó de manera estúpida. "Te traté mal, tú que sólo te preocupabas por mi"; pero yo no
quiero escuchar eso, yo quiero abrazarlo. Sin duda, con él es con el que me he
sentido más seguro.
Voy acabando
de tender. Veo, desde la azotea, un colibrí que rodea el
pirul donde Isabel apareció por primera vez en la vida de Roberto. Que bellos
son los colibríes, con sus diferentes tonos de colores y su gran agilidad. Son
lindos de verdad. Pero es extraño porque por la Higuera sólo se aparecen aves de
rapiña y nunca lindos pájaritos. Yo quisiera volar como ellos, yo volaría como
ellos. Roberto está con Héctor, el hijo de don Octavio. Parecen hablar de los colibríes.
A lo lejos escucho un grito seco, es Alfonso Orizaba. Lo veo caminar hacia mi
casa, jugando con su mano derecha con una pistola. "¡¡¡¡¡ROBERTO!!!!!" Veo a
Roberto plantarse en medio de la calle, fumando su cigarro, y a Héctor atrás del
pirul. Parece que estaba esperando ese momento. Observo su pasividad, su
tranquilidad y me aterra. Dejo la ropa caer. Digo su nombre y me mira. Nuestras
miradas colapsan mientras se va acercando Alfonso poco a poco a mi casa.
Yo no
quiero que se marche. Quiero volar con él. Me dejo caer de la azotea y un
viento libre me envuelve. Detonaciones inundan las calles.
J.A.N.H.
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