domingo, 8 de mayo de 2016

Infierno grande


XV

Desde esa noche, durante más de un mes -aproximadamente- me encontraba “casualmente” con Isabel . Los hombres la veían llegar en su camioneta los tres días específicos que visitaba la Higuera, y yo, al igual que ellos, suspiraba un aliento de deseo al verla mover sus cabellos, al observar sus movimientos con tal ligereza y pasión por la calle, que derretían en mi interior las ganas de saborearla completita. Sin embargo, yo tenía la dicha de tenerla en mi pecho, tocar su piel, oler su perfume, tomarla y olvidarme de todo por casi todas las noches de la semana. A pesar de que me recogía en la madrugada en la puerta de la tiendita de abarrotes y tener que regresar antes del amanecer a casa de Eloísa, no me preocupaba de que me vieran deambulando por los terrenos a tales horas de la noche. En verdad estaba totalmente tomado por el deseo.

Claramente esto produjo distanciamiento entre Eloísa y yo. Acrecentó de tal manera que no comía en casa, no dormía en ella, no avisaba lo que iba a hacer pues no quería que el rumor corriera por cada rincón del poblado; pues pueblo chico… Sin embargo, Eloísa en ciertas ocasiones preguntaba cuál era el motivo de aquel comportamiento y yo, ciego por el “amor”, no respondía más que mentiras vagas e insensatas. A veces ni la palabra nos dirigíamos, lo cual hoy me arrepiento por mi conducta tan inoportuna e imbécil.

Retomemos, pues, mis noches de amor. Con Isabel, la plática brotaba con tal facilidad como lo hace el curso fluvial al incorporarse a una cascada. Charlábamos de nuestro amor, "tan puro y original", que embargaba el alma de cada uno. Le leía poemas de amor, recitaba fragmentos románticos de literatura, le susurraba boleros a su oído, y ella respondía estos halagos con besos, abrazos y apapachos. Parecía un paraíso, un éxtasis continuo que surgía cada madrugada, cada instante al ver sus pupilas, al escucharla, al tocar su piel.

A mediados de mayo sucedió el acontecimiento más impactante que me haya sucedido jamás. Al esperar, como cada noche, a Isabel, me sorprendió ver su semblante distinto al que yo veía en su rostro constantemente. Sus ojos, inyectados de un rojo claro, emanaban ligeras lágrimas que resbalaban en su suave piel y se desvanecían, cayendo a la perdición y el olvido, en su ropa de lino. La palidez de su rostro se notaba con mucha claridad y su cuerpo, fuerte y vital, parecía succionado por un poder extra normal, sin vida ni pasión.

Finalmente llegamos a su cuarto. Le pedí que me explicará su pesar pero ella, avergonzada de mostrar su lado personal, me pidió no insistir y que lo único que le daba un poco de paz y tranquilidad era que yo estuviese ahí, a su lado. El amor resurgió de nuevo pero no con la energía de las ocasiones anteriores. Hacer el amor no fue lo mismo, lo que deseaba era saber qué le ocurría, qué sucedía en verdad. Mis intenciones no tuvieron fruto alguno y decidí retirarme para pensar cuál era la razón de ese suceso.

Al momento que me vestía, tocaron a la puerta; era un tal Gregorio.


J.A.N.H.

No hay comentarios:

Publicar un comentario