jueves, 17 de marzo de 2016

Cuéntame un cuento, cuéntame qué hay.


El cuento del jueves: Anacleto Morones (México)
ESPECIAL “EL LLANO EN LLAMAS”

De santos pecadores y devotas del diablo.
Sabía que me andaban buscando desde enero, poquito después de la desaparición de Anacleto Morones. No faltó alguien que me avisara que las viejas de la Congregación de Amula andaban tras de mí. Eran las únicas que podían tener algún interés en Anacleto Morones. Y ahora allí las tenía.” - Juan Rulfo (Anacleto Morones) 
Cada quien le reza a sus santos. Nosotros no teníamos ninguno, hasta ahora. Él llegó solito, en la imagen de los escapularios sudorosos de sus fieles devotas, se llevó el aguacero y nos recogió perdidos en el camino para hacernos peregrinar bajo el sol. Las creyentes no tiene calor porque tienen fe, nosotros, citadinos patéticos, no aguantamos el maldito calor. Vamos en busca de Lucas Lucatero, la intención: queremos volver santo al niño Anacleto Morones.
Vamos rumbo a la Semana Santa y para el escritor mexicano Juan Rulfo la religión es tema de interés en su literatura. La genialidad del cuento Anacleto Morones recae en tres elementos principales: el papel de las mujeres de la Congregación de Amula, la estructura narrativa del cuento y, nuevamente, el elemento natural del paisaje o el clima como un punto fundamental. Sin más, comencemos con el análisis mientras caminamos en el endemoniado calor.

“Diez mujeres, sentadas en hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra. Las hijas de Ponciano, de Emiliano, de Crescenciano, de Toribio el de la taberna y de Anastasio el peluquero.
¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger.” (Rulfo, 1953:173)

Las mujeres vestidas de negro que irrumpen en el entorno de Lucas Lucatero poseen historias particulares pero características en común. Son viejas y “solteras”, aunque con este último término apelaremos a la participación de Micaela, la hija de Anastasio el peluquero: Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Digamos entonces que se encuentran dentro de un rango de edad determinado, lo cual nos indica la influencia de un factor que les impidió contraer matrimonio. Si basamos nuestras conjeturas en una primera lectura, podríamos creer que el elemento común es la iglesia, sin embargo si partimos del testimonio de cada una nos encontramos con la irrupción de un hombre en sus historias. Tal es el caso de Nieves García.

“-Yo no tengo marido, Lucas. ¿No te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé y me quedé esperando. Luego supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería.
-¿Y luego yo? Lo que pasó fue que se me atravesaron otros pendientes que me tuvieron muy ocupado; pero todavía es tiempo.
-Pero si eres casado, Lucas, y nada menos que con la hija del Santo Niño. ¿Para qué me alborotas otra vez? Yo ya hasta me olvidé de ti.
-Pero yo no. ¿Cómo dices que te llamabas?
-Nieves... Me sigo llamando Nieves. Nieves García. Y no me hagas llorar, Lucas Lucatero. Nada más de acordarme de tus melosas promesas me da coraje.
-Nieves... Nieves. Cómo no me voy a acordar de ti. Si eres de lo que no se olvida. Suavecita. Blanda. El olor del vestido con que salías a verme olía a alcanfor. Y te arrejuntabas mucho conmigo. Te repegabas tanto que casi te sentía metida en mis huesos. Me acuerdo.”(Rulfo, 1953:187)

Después de la “desgracia” insertada en la vida de las mujeres a manos del hombre, entra en juego la santidad de Anacleto Morones la cual, sin importar las blasfemias y críticas que exponga su interlocutor, es defendida por las féminas hasta el final. La estructura narrativa del  texto apoya su fuerza en el cierre, lleno de ironía literaria; las historias que nos son reveladas a lo largo del relato contribuyen a la tensión de la trama, principalmente al llegar a la mitad y un poco antes de concluir. El personaje de Anacleto Morones será construido a la par de su yerno, Lucas Lucatero. La versión de este será decisiva para el argumento de fondo.

 “[…] -Por algo fui ayudante de Anacleto Morones. Él sí que era el vivo demonio.
-No blasfemes.
-Es que ustedes no lo conocieron.
-Lo conocimos como santo.
-Pero no como santero.
-¿Qué cosas dices, Lucas?
[…] -Busquen a otro. Yo no quiero tener vela en este entierro.
-Tú fuiste casi su hijo. Heredaste el fruto de su santidad. En ti puso él sus ojos para perpetuarse. Te dio a su hija.
-Sí pero me la dio ya perpetuada.
-Válgame Dios, qué cosas dices, Lucas Lucatero.
-Así fue, me la dio cargada como de cuatro meses cuando menos.
-Pero olía a santidad.
-Olía a pura pestilencia. […]
- . . . Se fue con uno de ellos. Que dizque la quería, sólo le dijo: “Yo me arriesgo a ser el padre de tu hijo.” Y se fue con él.
-Era fruto del Santo Niño. Una niña. Y tú la conseguiste regalada. Tú fuiste el dueño de esa riqueza nacida de la santidad.
- ¡Monsergas!
¿Qué dices?
-Adentro de la hija de Anacleto Morones estaba el hijo de Anacleto Morones.” (Rulfo, 1953:181, 183, 184)


A partir de una narración en primera persona ejecutada por el mismo Lucas Lucatero la trama de Anacleto Morones se desarrolla entre fuertes opiniones personales sobre la santidad y descenso de la temperatura. Nuevamente, el espacio rural se hará presente sin ser descrito como tal, el guiño que realiza la voz autoral hacía su lector da por sobreentendido que este conoce los pueblos retratados. El fin de la madrugada será el escenario de cierre en Anacleto Morones, acompañado de la frase enunciada por Pancha y nuestra señal de salida en la madrugada, en silencio y sin más tinta para escribir.
Isadora Cabrera.

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