El cuento del jueves: Anacleto
Morones (México)
ESPECIAL “EL LLANO EN LLAMAS”
De santos
pecadores y devotas del diablo.
“Sabía
que me andaban buscando desde enero, poquito después de la desaparición de
Anacleto Morones. No faltó alguien que me avisara que las viejas de la
Congregación de Amula andaban tras de mí. Eran las únicas que podían tener
algún interés en Anacleto Morones. Y ahora allí las tenía.” - Juan Rulfo (Anacleto Morones)
Cada quien le reza a sus santos.
Nosotros no teníamos ninguno, hasta ahora. Él llegó solito, en la imagen de los
escapularios sudorosos de sus fieles devotas, se llevó el aguacero y nos recogió
perdidos en el camino para hacernos peregrinar bajo el sol. Las creyentes no
tiene calor porque tienen fe, nosotros, citadinos patéticos, no aguantamos el
maldito calor. Vamos en busca de Lucas Lucatero, la intención: queremos volver
santo al niño Anacleto Morones.
Vamos rumbo a la Semana Santa y para
el escritor mexicano Juan Rulfo la religión es tema de interés en su
literatura. La genialidad del cuento Anacleto
Morones recae en tres elementos principales: el papel de las mujeres de la
Congregación de Amula, la estructura narrativa del cuento y, nuevamente, el
elemento natural del paisaje o el clima como un punto fundamental. Sin más,
comencemos con el análisis mientras caminamos en el endemoniado calor.
“Diez mujeres, sentadas en
hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra. Las hijas de Ponciano, de
Emiliano, de Crescenciano, de Toribio el de la taberna y de Anastasio el
peluquero.
¡Viejas carambas! Ni una siquiera
pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados
y secos. Ni de dónde escoger.” (Rulfo, 1953:173)
Las mujeres vestidas de negro que irrumpen en el
entorno de Lucas Lucatero poseen historias particulares pero características en
común. Son viejas y “solteras”, aunque con este último término apelaremos a la
participación de Micaela, la hija de Anastasio el peluquero: Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es
ser señorita y otra cosa es ser soltera. Digamos entonces que se encuentran
dentro de un rango de edad determinado, lo cual nos indica la influencia de un
factor que les impidió contraer matrimonio. Si basamos nuestras conjeturas en una
primera lectura, podríamos creer que el elemento común es la iglesia, sin
embargo si partimos del testimonio de cada una nos encontramos con la irrupción
de un hombre en sus historias. Tal es el caso de Nieves García.
“-Yo no tengo marido, Lucas. ¿No
te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé y me quedé esperando. Luego
supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería.
-¿Y luego yo? Lo que pasó fue que
se me atravesaron otros pendientes que me tuvieron muy ocupado; pero todavía es
tiempo.
-Pero si eres casado, Lucas, y
nada menos que con la hija del Santo Niño. ¿Para qué me alborotas otra vez? Yo
ya hasta me olvidé de ti.
-Pero yo no. ¿Cómo dices que te
llamabas?
-Nieves... Me sigo llamando
Nieves. Nieves García. Y no me hagas llorar, Lucas Lucatero. Nada más de
acordarme de tus melosas promesas me da coraje.
-Nieves... Nieves. Cómo no me voy
a acordar de ti. Si eres de lo que no se olvida. Suavecita. Blanda. El olor del
vestido con que salías a verme olía a alcanfor. Y te arrejuntabas mucho
conmigo. Te repegabas tanto que casi te sentía metida en mis huesos. Me
acuerdo.”(Rulfo, 1953:187)
Después de la “desgracia”
insertada en la vida de las mujeres a manos del hombre, entra en juego la
santidad de Anacleto Morones la cual, sin importar las blasfemias y críticas
que exponga su interlocutor, es defendida por las féminas hasta el final. La
estructura narrativa del texto apoya su
fuerza en el cierre, lleno de ironía literaria; las historias que nos son
reveladas a lo largo del relato contribuyen a la tensión de la trama,
principalmente al llegar a la mitad y un poco antes de concluir. El
personaje de Anacleto Morones será construido a la par de su yerno, Lucas
Lucatero. La versión de este será decisiva para el argumento de fondo.
“[…] -Por algo fui ayudante de Anacleto
Morones. Él sí que era el vivo demonio.
-No blasfemes.
-Es que ustedes no lo conocieron.
-Lo conocimos como santo.
-Pero no como santero.
-¿Qué cosas dices, Lucas?
[…] -Busquen a otro. Yo no quiero
tener vela en este entierro.
-Tú fuiste casi su hijo.
Heredaste el fruto de su santidad. En ti puso él sus ojos para perpetuarse. Te
dio a su hija.
-Sí pero me la dio ya perpetuada.
-Válgame Dios, qué cosas dices,
Lucas Lucatero.
-Así fue, me la dio cargada como
de cuatro meses cuando menos.
-Pero olía a santidad.
-Olía a pura pestilencia. […]
- . . . Se fue con uno de ellos.
Que dizque la quería, sólo le dijo: “Yo me arriesgo a ser el padre de tu hijo.”
Y se fue con él.
-Era fruto del Santo Niño. Una
niña. Y tú la conseguiste regalada. Tú fuiste el dueño de esa riqueza nacida de
la santidad.
- ¡Monsergas!
¿Qué dices?
-Adentro de la hija de Anacleto
Morones estaba el hijo de Anacleto Morones.” (Rulfo, 1953:181, 183, 184)
A partir de una
narración en primera persona ejecutada por el mismo Lucas Lucatero la trama de Anacleto Morones se desarrolla entre
fuertes opiniones personales sobre la santidad y descenso de la temperatura.
Nuevamente, el espacio rural se hará presente sin ser descrito como tal, el
guiño que realiza la voz autoral hacía su lector da por sobreentendido que este
conoce los pueblos retratados. El fin de la madrugada será el escenario de
cierre en Anacleto Morones,
acompañado de la frase enunciada por Pancha y nuestra señal de salida en la madrugada, en silencio y sin más tinta para escribir.
Isadora Cabrera.
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