lunes, 7 de marzo de 2016

Diario de viajes ficticios

África. ¿Por qué muchas veces este continente nos pasa desapercibido? En realidad no podemos decir que sabemos mucho sobre él, pues leer El corazón de las tinieblas o recetarse un programa de media hora en algún canal de Discovery que hable generalidades sobre alguna ciudad milenaria de dicho continente no nos coloca en una postura de erudición sobre éste. Siempre me ha gustado romper con los prejuicios de las personas, existe una gran satisfacción en mostrarle a alguien cuán equivocado se puede estar al hablar y no conocer del tema, pero, sobre todo, con los años he desarrollado un sentido que me permite inclinarme por el bando menos concurrido y defender aquello que no se puede defender por sí solo.
   A cualquiera que pregunte qué es lo que hay que ver allí, pues verán, lo hay todo por ver. Desafortunadamente, cuando uno viaja tiene que aprender a conformarse con tener tan sólo una probadita de los lugares a los que va, una impresión más bien efímera que con el tiempo corre el riesgo de ser manipulada por aquellos cables que operan nuestra mente y que lo contaminan todo con nuestras ideas y opiniones, de convertirse en algo así como la memoria lejana de un sueño, hasta finalmente preguntarnos ocasionalmente, “¿yo realmente estuve allí?”. Este viaje que he hecho a África, ojalá que su recuerdo perdure por muchos años. 
    Me quedé más tiempo del esperado, pero hay que saber cuándo es conveniente hacer un cambio en los planes, en especial cuando uno ha descubierto aquella sensación indescriptible que surge cuando somos capaces de formar parte de un lugar, porque ése es el reto de todo viajero: encontrar un hogar a donde sea que vaya. La dificultad aumenta entre más brechas existan entre la cultura de procedencia y la cultura a la que se llega, sin embargo, muchas veces resulta que estas brechas son una mera ilusión, las personas no somos tan diferentes, ¿saben? Estamos todos hechos de lo mismo, un tanto de humanidad y otro tanto de brutalidad, y hemos de ser lo suficientemente empáticos como para saber encontrarnos en el otro. 
    Mi plan era permanecer por poco más de una semana en territorio africano, pero terminé canjeando el boleto de avión de regreso por uno que me permitiera quedarme un mes, pues había tanto que ver y una vez que uno se acostumbra a un estilo de vida sencillo donde la principal actividad cotidiana es convivir con las personas de la zona, es más fácil que la experiencia sea más amigable para el bolsillo que si fuese de otra forma. Pasé la mayor parte de los días en Mozambique, un país lleno de bosques, montañas, sembradíos, cascadas y que contiene una poción del lago Malawi, con gran diversidad de especies en su interior. 
    No podía tampoco dejar de visitar Marruecos, pero dado que ambos países se ubican en esquinas perfectamente opuestas del continente, lo dejé para lo último del viaje, del cual hablaré posteriormente con más detalle. África, no sé si habrán sido impresiones mías nada más, pero es donde el cielo parece espolvoreado de azafrán cada que el sol amenaza con ocultarse.

Continuará.

Ana Estrada Martínez

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