martes, 15 de marzo de 2016

Personajes Femeninos en la Historia


La enfermedad del amor.
El amor no es necesario para que un matrimonio se realice. La idea de casarse por amor es un concepto, relativamente,  nuevo y occidental, ya que en países orientales aún se arreglan los matrimonios como norma cultural. Los matrimonios concertados fueron una práctica común alrededor del todo el mundo hasta el siglo XVIII, tanto en las clases altas como bajas se buscaban matrimonios provechosos para todos los involucrados, la pareja y las familias. El matrimonio era sólo un buen negocio, la búsqueda de poder y beneficios.


En la Realeza Europea del siglo XV, los matrimonios concertados eran una tradición, estos servían como alianzas políticas. La princesa Juana I de Castilla tenía su destino marcado desde el día que nació. La joven destacó en los estudios, las artes y fue alumna aventajada en el estudio de la teología, mostrando un deseo de convertirse en religiosa. Pero a pesar de sus deseos, los reyes de Castilla y Aragón ya habían decidido que la princesa contraería nupcias con Felipe de Austria, la razón de ello era la búsqueda de una alianza entre España y el Sacro Imperio Romano Germánico.

A la edad de dieciséis años, Juana fue enviada a Austria a conocer a su futuro esposo. Se dice que en el momento en el que cruzaron la mirada, Juana sufrió de la enfermedad más bella del mundo, el amor. Sea cierto o no, la boda entre Felipe y Juana se adelantó. Pero el hecho de que estuvieran casados no detuvo a Felipe de tener aventuras, otra práctica común entre los nobles. Dichas prácticas provocarían en Juana conductas que le ganarían el apodo de Juana La loca.

El amor que profesó a su marido  le consumió. Primero con ataques de celos que ponían en duda su estabilidad mental, llegando atacar a una mujer con unas tijeras y a dar a luz en un baño cuando se empeñó acompañar a su esposo a una fiesta. Y después con la muerte de Felipe, Juana sufrió de una fuerte depresión, descuidándose. Ese descuido y sus conductas pasadas solo le trajeron más dolor cuando su padre, preocupado por la opinión pública, le encerró, dejándola consumirse en soledad. Y, de igual manera, su hijo Carlos, bajo el consejo de la Corte Española, la trató con menosprecio y no permitió que ocupará la regencia cuando murió el padre de ella, manteniéndola encerrada.

Puede que el apodo que tuviese Juana no fuese del todo cierto para los psiquiatras actuales. Y que su mala fama fuera parte de una confabulación política de su padre, la Corte y su propio hijo. Pero el amor apasionado que Juana demostró a Felipe fue algo inusual dentro de un mundo donde  el matrimonio era solo una alianza entre países y no un asunto emocional. Hoy descansan los restos de Juana junto a los de Felipe, junto al amor de su vida.
Esperanza del Refugio Aguilar Carrillo.

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