domingo, 13 de marzo de 2016

Retazos de existencia.

Sweet melody.

“Existen momentos en que la vida parece tornarse en un sueño y cuando sucede resulta complicado distinguir las fantasías que creamos en nuestra mente de la realidad en que habitamos dentro del espacio-tiempo. Pero ¿sabe? He comprobado que la realidad es una mezcla bastante bizarra de esas fantasías y la percepción que cada persona tiene de cuanto le rodea. (Risa entrecortada) O quien sabe, tal vez sólo divago demasiado al querer explicar todas las ideas que fluyen por mi mente.

De niño no conocí el mar, el país donde nací se ubica en el centro del continente, demasiado alejado de las costas y si a eso agregamos lo modesta que fue mi niñez, el sueño de viajar en algún momento a la playa nunca cruzó por mi mente. Sin embargo, siempre sentí fascinación por los misterios que oculta el océano, el poder de destrucción que tiene en contraste con toda la vida que alberga… cielos, por algo domina la mayor parte del planeta Tierra y significa un recurso indispensable para toda forma de vida.

Fue en el viaje de graduación del bachillerato cuando pude admirar la belleza de aquel manto azul estrellándose contra peñascos y rocas, retrocediendo y creando magníficas olas. Fui quien se quedó más tiempo en la playa, sin meterme al mar, solo contemplándolo y soñando con lo que sea que estuviera sumergido, ya fueran monstruos mitológicos gigantes como el kraken o ciudades perdidas como Atlantida. Perdí la noción del tiempo y era de madrugada cuando me dirigí al hotel donde me hospedaba. Caminaba pausadamente y repentinamente escuche a una chica cantar; sé que suena bastante loco y sacudí varias veces mi cabeza creyendo que quizá estaba alucinando, pero era muy real. Corrí buscando a la dueña de esa voz y aunque en algunos momentos parecía que el canto se intensificaba, simplemente no hallaba a nadie. Terminé agotado y decid que al día siguiente continuaría mi búsqueda. Cuando llegué a mi habitación el sol ya se asomaba por el mar.

La tarde siguiente volví a separarme de mi grupo para continuar mi aventura privada, mientras exploraba dentro de una caverna la voz volvió a escucharse, pero esa vez parecía que venía de la caverna misma. Me interné cada vez más hasta que, dentro de la cueva descubrí a una chica de espaldas a mi sentada sobre una roca. Parecía una sirena, se cepillaba el cabello con los dedos entonando aquella hermosa melodía, traté de acércame a ella sin hacer ruido pero se percató de mi presencia, volteó el rostro y pude distinguir unos apantallantes ojos violetas examinándome, después sonrió, bajó de la roca y se metió al pequeño lago frente a ella. Me quede estático, miles de teorías se arremolinaban en mi mente ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Por qué cantaba?, no pude detener la explicación más lógica que llegó a responder esas preguntas: debía ser una sirena. Era innegable, su hermosa voz, su cuerpo, sus ojos. Tardé demasiado tiempo en reaccionar y salir de aquel lugar, al día siguiente volveríamos a casa, pero me decidí a regresar para averiguar quién era ella.


A partir de ese momento voy cada año a aquella playa, entro a esa caverna y la veo cepillándose el cabello y cantando. Supongo que se acostumbró a mi presencia pues ya no huye de mí, incluso en los últimos años pareciera que espera a que vaya a verla, tiene piernas humanas, pero eso no quita el hecho de que siempre desaparece por el pequeño lago. A veces me gustaría hablarle pero su hermosa voz me hipnotiza. He pensado que este año la voy a seguir, tal vez así descubra su secreto.

                                                                                                       Andrea Hernández Álvarez

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