Los arcos: diseccionando a un símbolo
Bajando del cerro de Sangremal, nos encontramos con
un símbolo de Querétaro, Los arcos o antiguo acueducto, imponente construcción que con 74 arcos, atraviesa desde las afueras de la ciudad (La Cañada), hasta su corazón (El Barrio de la Cruz), juntando en este trayecto aproximadamente 1283 metros de longitud. Este símbolo será nuestro objeto de estudio, para esta
sesión nos dedicaremos a diseccionar a la imponente construcción y entre sus
tejidos, veremos por qué es un punto esencial para nuestra gran aventura que es
desnudar a Querétaro y así poder observar en todo su esplendor a La Ciudad Oculta.
Tal vez el ciudadano hundido en la cotidianidad,
acostumbrado a pasar casi a diario por Los arcos, no capte lo relevante en esta construcción,
viéndola como un mero objeto de paso en su día a día y por lo tanto sin capacidad para sorprender al trauseúnte; le responderemos, desde nuestra visión de ciudadanos ocultos e
intentaremos comprobar que al contrario, esta construcción es un pilar
importante para comprender el carácter híbrido de la ciudad en la que habitamos
y de la que somos parte. El ciudadano hundido en la cotidianidad puede argumentar que si
bien, Los arcos cargan con una relevancia, no es más que una relevancia histórica, la cual no
influye en el ir y venir del habitante moderno; pero, ¿acaso es cierto eso? ¿No
es verdad que las ciudades van creciendo de manera orgánica como los seres
vivos y como estos van adquiriendo cicatrices y marcas de lo que fueron? Nada
de lo que está puesto en las ciudades está ahí y nada más, no, son tatuajes en
estos monstruos de hormigón, y cada una de estas huellas son componentes de su vida pasada,
presente y futura. Otro argumento que podría caer a favor del ciudadano hundido en
la cotidianidad, es la no concurrencia humana en Los arcos, si estudiamos a la ciudad y sus habitantes ¿por qué no dedicarse
solamente a sitios como plazas públicas y centros de entretenimiento donde la
vida reboza? Lugares como el viejo acueducto son sólo simples obras
arquitectónicas, sin un funcionamiento práctico y tal vez esta aseveración
cargue con una gran verdad pero también es muy riesgosa, pues en primera
instancia, Los arcos pueden parecernos de nula importancia para estudiar a la sociedad
queretana pues son obsoletos, pero sitios como éste, fueron fundamentales
para la ciudad, estigma de una época y objeto de veneración entre los
ciudadanos. Los arcos son símbolo de Querétaro, híbridos y exóticos como
lo son la ciudad y sus habitantes. Los arcos junto a otros monumentos y rincones de Santiago son
un espejo en donde el ciudadano podrá verse, una máquina del tiempo a la que
vale la pena entrar.
Después de explicar las razones de la importancia
para el estudio de este sitio, nos avocaremos a describirlo de una manera
simple para después desentrañarlo. Empecemos con el ambiente, que si bien, no es propio de la construcción, sí es importante para su manifestación: es martes a
las 8:30 P.M y un cumulo de automóviles se dirigen a Bernardo Quinta, una de
las venas vitales de nuestro querido monstruo, de estos vehículos se emiten los
ruidos más variados, cumbias, baladas pop, música banda, sonidos enfurecidos de
claxon, etc…, este es el ambiente, pero ¿qué pasa con nuestro objeto de
estudio? Los arcos o el antiguo acueducto es una construcción que data de 1738, dicha
construcción está acompañada de adornos singulares, una hilera de hermosos
ejemplares de Jacaranda Mimosifilia (especie no perteneciente a la zona) y
exposiciones artísticas, en este caso, la exposición Leonora y su
tiempo.
Tenemos la descripción, ahora analizaremos
cada pieza de este retrato y así encontraremos el carácter híbrido en este
patrimonio cultural de la humanidad. Principal pieza, Los arcos, construcción que tiene tras de sí una historia de amor, la leyenda
cuenta que Don Juan Antonio de Urrutia y Arana, Marqués de la Villa
del Villar del Águila y Sor Marcela cayeron profundamente enamorados desde el
momento en el que se conocieron, ella como única muestra de su afecto le pidió
que construyera un acueducto para llevar agua al Convento de las Capuchinas y
así otorgarle a su prohibido idilio, la eternidad y como toda leyenda urbana
carga con la aburrida historia oficial: Querétaro en el siglo XVII era
considerada una de las ciudades más bellas de la Nueva España, conociéndose en
España el título de La perla del bajío y tenía tanta importancia para la corona que se
ganó el prestigioso título de La tercera ciudad del reino, por 1720 la gloriosa ciudad sufría de un alto
índice de muerte debido a la ingesta de agua contaminada, por lo que Don Juan
de Urrutia, el que sería conocido después como benefactor de
la ciudad de Querétaro , decidió construir el acueducto. Segunda pieza, la decoración, como
mencionamos en líneas anteriores, la monumental obra del Marqués de la Villa
del Villar del Águila está acompañada de una hilera de árboles hermosos,
hermosos pero no acordes a la zona y una exposición artística que se
cambia de manera regular, en esta caso la obra de la surrealista Carrington, la
inglesa que se resguardó en Cuernavaca para experimentar con drogas y convivir con
los excéntricos de la época, esta decoración habla de un factor muy importante,
el hombre siempre intenta tapar la creación de sus antecesores y en el objeto
de estudio que nos compete se ve claramente este fenómeno: el ser humano invade
al semidesierto e instala un acueducto, cambiando el cauce de los ríos y el
orden natural de los ojos de agua, dicho artefacto deja de operar y las
siguientes generaciones lo toman como un vestigio y lo cubren con pasto,
árboles exóticos, obras de arte y así logra un bonito foco
para el turismo. Tercera y última pieza, la complementaria en este collage, es el
ambiente: en donde se andaba por carretas, van una masa de autos como si se
tratara de un cardumen de pirañas nadando a toda velocidad (cuanto el tráfico
les permite) dentro de esa pecera que es la urbe. Todo esto en conjunción forma un paisaje de lo más rico y digno de pensar.
El tráfico por fin avanza y podemos seguir nuestro viaje. Despidámonos de los viejos arcos, que como guardianes de antaño vigilan a Santiago y a sus habitantes. Guardianes que cuidan nuestros más profundos secretos.
Anselmo Jiménez
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