domingo, 13 de marzo de 2016

La mente del pez dorado

De máscaras y otras inquietudes




El disfraz es lo que da el poder. En muchas películas de superhéroes los poderes están ahí antes de que decidan hacer algo por la seguridad pública; sin embargo, ninguno de ellos hace algo si no es detrás de un disfraz como si fuera la vestimenta lo que les da la oportunidad de ayudar. Lo cierto es que nadie se atrevería a hacer algo si no es detrás del anonimato. Ejemplo claro, e igualmente en la ficción, se encuentra en V de Vendetta: todos están inconformes, nadie se atreve siquiera abrir la boca cuando sus identidades están al descubierto, mas cuando es posible que esa identidad desaparezca detrás de una máscara de plástico, todos se vuelven fuertes. Las máscaras nos permiten hacer aquello que, cuando nuestra identidad es clara, no nos atrevemos; como si una simple máscara cambiara quienes realmente somos
            Pero, ¿qué hay de las máscaras no ficticias? Está claro que una persona no irá por la calle vestida de superhéroe para combatir el crimen, y es poco probable, igualmente, que un grupo de personas se manifieste pacíficamente contra el régimen utilizando una máscara de plástico que oculte la identidad. Sin embargo, existen máscaras reales, pasamontañas para la agresión a los monumentos públicos, aquellos monumentos que significan la opresión. Las máscaras, sin embargo, en ocasiones no resultan ser algo tan literal, sino un elemento metafórico, casi poético, como cuando las personas se refugian detrás del televisor, criticando el noticiero en que el gobernante habla del cumplimiento de sus promesas. Una máscara teatral, en donde se habla de una persona detrás de sí, pero cuando se cae esa máscara protectora, surge la del fingimiento. Efectivamente, los disfraces son los que brindan los poderes.
            Pese a todo, no todos nos vemos obligados a usar una máscara de “V”; el mundo es libre de elegir su propia máscara. Ya se ve a los actores que eligen una imagen de mala reputación, o una en que su vida privada resulta también un espectáculo, para ocultar lo que realmente ocurre dentro de ellos. Sin embargo, también existen máscaras más efectivas que las de papel: las máscaras cibernéticas. Hay una línea muy ligera que divide la realidad virtual de la realidad, sin embargo, esa línea parece suficiente para poder ocultar a quien realmente habla. Los humanos podemos mentir, y el mentir sobre nuestra identidad en una realidad virtual a la que todos tienen acceso, nos otorga el poder de la crítica. Publicaciones en las redes sociales sobre la idiotez de los políticos, sobre la idiotez de un país entero, son pruebas suficientes de este hecho.
            La red nos da el derecho a la no censura, pero la crítica no cambia nada. En efecto, la crítica abre los ojos del pueblo, la crítica permite que la información sea difundida paso a paso; pero eso no significa que por ello todo el mundo salga a la calle utilizando una máscara contra el régimen. Como ya había sido mencionado, la línea entre la realidad virtual y la realidad “real”, es muy delgada, pero sigue presente. Una cosa es la crítica que se hace tras las espaldas de alguien y otra muy distinta abofetear a esa persona. Si bien, la crítica permite abrir los ojos, la realidad hace que queramos permanecer ciegos. Se tiene una máscara perfecta detrás de las atrocidades, pero esa máscara es transformada en una máscara teatral cuando vemos el crimen frente a nuestros ojos.

            Las máscaras sólo ocultan el rostro. La diferencia entre las máscaras ficticias y las máscaras verdaderas es el agravio. Esa impunidad al que está detrás, como si un nuevo rostro otorgara una nueva vida; pero una vez que la identidad sale a flote, la censura pareciera emerger y el agravio ya no es impune. Por eso el temor a usar una máscara física, por eso el temor a enfrentar con el rostro descubierto. Finalmente, siempre hay alguien detrás de la máscara.

Adriana Gasca L.

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