VII
Nada. El páramo se encontraba sin vida, lo único que distorsionaba
su vacío eran algunos matorrales pequeños, muchos cactus y rocas de distintos
tamaños. Las siluetas de los bovinos en el espacio arenoso habían desaparecido.
No había rastro alguno de huellas ni señales para poder entender a dónde se
había ido el ganado. Sin duda, era increíblemente aterrador.
“¿A qué hora llegó?” Pregunté a don Octavio. Él comentó que
hace media hora ya estaba ahí, con la compañía de don Urbano. También dijo que
no había podido dormir pues esas vacas eran el único sustento de su hogar.
Momentos después de decir esto se hincó, se persignó y empezó a llorar. Yo
simplemente no sabía qué hacer. No encontraba una razón lógica ante este
suceso. En lugar de ser una herramienta de ayuda, parecía un bulto inútil, un idiota haciendo nada.
Recorrí todo el llano para encontrar alguna marca o algo
pero lo que encontré fueron ópalos inservibles, lagartijas veloces e insectos
que nunca había visto. El amanecer ya daba sus primeros deslumbres y el cielo, sin
nubes en su haber, mostraba un azul claro de belleza inigualable. Ahí me di
cuenta que no había rastro del “puño de Dios”; no había indicio de lo que unas
horas antes nos sorprendió a los tres. Todo estaba despejado. Todo.
Don Urbano llegó después. Con la respiración agitada por el
trayecto, se fue a consolar a su amigo, que todavía permanecía hincado. Yo los
vi hablando y no escuchaba nada porque me proponía a encontrar algo, sin
embargo todos mis esfuerzos fueron en vano. ‘¿Qué pudo haber ocasionado toda
este enigma? ¿Era, en verdad, alguna señal de Dios? ¿Era todo esto un espejismo o no?’ No, eso es una idea insensata y demente. Pero de algo sí estaba seguro;
no sabía mi papel en aquella aldea.
Fui hasta donde estaban los señores. “¿Por aquí no hay algo
donde puedan ir los animales, no sé, un lago, una caverna, algo?” Don Octavio
me miro y con una voz un tanto apacible dijo: “La Mercedes.” Se levantó con
ayuda de don Urbano y caminó con pasos decididos rumbo a Tierra Firme. Caminamos
buen tramo del camino para Tierra Firme pero desviamos el rumbo hacia el
occidente. Después de varios minutos escuchamos el clamor del río Mercedes. Su
color era una mezcla entre diferentes tipos de azules, tipos de verdes y un
marrón muy claro. Sin embargo, no había nada; ningún animal a simple vista. Recorrimos las orillas del río durante más de una hora pero no encontramos algún rastro.
Decidimos regresar a la Higuera. Al llegar vimos un pequeño
tumulto que se dirigía a la iglesia. Ahí vi al párroco sin vida, colgado en el campanario.
J.A.N.H.
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