domingo, 13 de marzo de 2016

Infierno grande


VII

Nada. El páramo se encontraba sin vida, lo único que distorsionaba su vacío eran algunos matorrales pequeños, muchos cactus y rocas de distintos tamaños. Las siluetas de los bovinos en el espacio arenoso habían desaparecido. No había rastro alguno de huellas ni señales para poder entender a dónde se había ido el ganado. Sin duda, era increíblemente aterrador.

“¿A qué hora llegó?” Pregunté a don Octavio. Él comentó que hace media hora ya estaba ahí, con la compañía de don Urbano. También dijo que no había podido dormir pues esas vacas eran el único sustento de su hogar. Momentos después de decir esto se hincó, se persignó y empezó a llorar. Yo simplemente no sabía qué hacer. No encontraba una razón lógica ante este suceso. En lugar de ser una herramienta de ayuda, parecía un bulto inútil, un idiota haciendo nada.

Recorrí todo el llano para encontrar alguna marca o algo pero lo que encontré fueron ópalos inservibles, lagartijas veloces e insectos que nunca había visto. El amanecer ya daba sus primeros deslumbres y el cielo, sin nubes en su haber, mostraba un azul claro de belleza inigualable. Ahí me di cuenta que no había rastro del “puño de Dios”; no había indicio de lo que unas horas antes nos sorprendió a los tres. Todo estaba despejado. Todo.

Don Urbano llegó después. Con la respiración agitada por el trayecto, se fue a consolar a su amigo, que todavía permanecía hincado. Yo los vi hablando y no escuchaba nada porque me proponía a encontrar algo, sin embargo todos mis esfuerzos fueron en vano. ‘¿Qué pudo haber ocasionado toda este enigma? ¿Era, en verdad, alguna señal de Dios? ¿Era todo esto un espejismo o no?’ No, eso es una idea insensata y demente. Pero de algo sí estaba seguro; no sabía mi papel en aquella aldea.

Fui hasta donde estaban los señores. “¿Por aquí no hay algo donde puedan ir los animales, no sé, un lago, una caverna, algo?” Don Octavio me miro y con una voz un tanto apacible dijo: “La Mercedes.” Se levantó con ayuda de don Urbano y caminó con pasos decididos rumbo a Tierra Firme. Caminamos buen tramo del camino para Tierra Firme pero desviamos el rumbo hacia el occidente. Después de varios minutos escuchamos el clamor del río Mercedes. Su color era una mezcla entre diferentes tipos de azules, tipos de verdes y un marrón muy claro. Sin embargo, no había nada; ningún animal a simple vista. Recorrimos las orillas del río durante más de una hora pero no encontramos algún rastro.

Decidimos regresar a la Higuera. Al llegar vimos un pequeño tumulto que se dirigía a la iglesia. Ahí vi al párroco sin vida, colgado en el campanario.


J.A.N.H.

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