Qué tal, por fin
cerraré esta crónica que, sorpresivamente incluso para mí, se
terminó dividiendo en cuatro partes. Francamente no quisiera una
quinta parte de esto, puesto que quiero dejar el recuerdo reposar un
tiempo, para así regresar a él con más gratitud y alegría y no
ahora, en esta caótica época de mi existencia, donde todo parece ir
cada vez más rápido y absurdo. En fin, a lo que nos atañe:
Despertamos en la casa de Señorongo y fue realmente un alivio que
Charly me prestara su sleeping, mismo que utilizamos más bien como
una colchoneta, pero la hospitalidad de señorongo nos sorprendió;
nos auxilio para estar bien arropados. Vamos, gestos que sólo los
padres o alguien a quien realmente le importas tiene. Nos
desperezamos y nos dispusimos a buscar alimento, pensábamos en la
posibilidad de llegar al festival un poco después y disfrutar de
la tarde en algún punto agradable de la ciudad, pero el tiempo nos
consumió y el único gusto que nos pudimos dar además del desayuno,
fueron unos cuantos litros de pulque, ¿Grave error? Para nada, sus
efectos fueron bien recibidos por nuestros cuerpos y reposamos como
nunca. Estábamos listo para regresar al deportivo Lomas Altas.
Nuestra intención
era la de llegar a tiempo para ver a The Body, pero nuestro arribo
sucedió alrededor de las cinco o seis de la tarde. Llegamos y lo que
vimos en los escenarios eran más bien actos enfocados al terreno
de la música bailable y electrónica. Lo siento, no estaba en el
mood y francamente optamos por sentarnos más que por bailar. Mark
Fell se encargaba de hace algo de ruido con su computadora, la gente
al mismo tiempo trataba de darle su atención, algunos muy
entusiastas, otros tan indiferentes como nosotros. Me retiré con
rumbo a la zona de Food trucks con la intensión de resguardar mis
cosas como el día anterior y lo logré, sólo que ahora prometiendo
comer en el vehículo de los comerciantes que me hacían el favor. No
cumplí dicha promesa. Después de eso decidí deambular por mi
cuenta, hacia el escenario aislado y me encontré una grata sorpresa:
Jenny Hval, quien comenzó su show de forma lenta, con una
ambientación que servía de colchón para la suavidad de su voz.
Dijo que su intención era hacernos llorar y expresó su preocupación
por una bola disco que estaba sobre todos, temiendo que cayera encima
del público o algo. Su música resultó realmente agradable, su
estilo es versátil y no pude evitar pensar en Laurie Anderson y su
Spoken Word experimental al momento de escucharla. Fue buena decisión
separarme de la manada por un buen rato desupés de todo.
Al termino de esto
regresé a donde mis amigos se suponía que estaban, ellos seguían
en el mismo punto y la música no había cambiado mucho, aunque
admito que no le presté demasiada atención. Deambulamos por
momentos, visitamos la tienda de productos oficiales, pero eran tan
oficiales que su precio nos decepcionó. Fuimos a la zona de comida,
pues el hambre asaltó a uno de nosotros, ahí tuve la fortuna de
encontrarme con un amigo músico y cineasta al cual admiro mucho.
Sólo cruzamos un par de palabras y nos despedimos. Después nos
encaminamos de nueva cuenta al escenario pequeño, el mismo donde
estuvo Jenny Hval; el acto prometido de ese momento era ni más ni
menos que Piere Bastian. Admito que no sabía quien era esta hombre
francés, cuya presencia pasaba al segundo plano otorgando todo el
foco de atención a una serie de mecanismos y poleas frente a una
pequeña pantalla, los cuales iban creando la música, atmósferas y
un emotivo espectáculo visual. Quedé impresionado y hasta la fecha
me quedo sin palabras, apenas soy capaz de describir los artilugios
de los que se valió este hombre, pero sin duda uno de los más
notorios e impresionantes por su sencillez y su bello sonido fue una
trompeta, la cual adaptada a un pequeño frasco con agua lograba una
especie de sonido acuático, mismo que se fue entremezclando con la
música de copas musicales y del mecanismo para dar lugar a un
emotivo cierre de concierto, ¿Cuánto tiempo estuvimos ahí? Al
parecer apenas y treinta minutos, lo creyéramos o no. Al termino del
acto la ovación no se hizo esperar, Piere Bastian lo había
conseguido. Sin duda uno de los actos más interesantes y
conmovedores Su música me hizo pensar en agrupaciones como The
durutti column o incluso en el ambient de Aphex Twin, pero con
artistas del tamaño de Bastian no vale la pena hacer comparaciones
vacuas, ni con él ni con los anteriormente mencionados. Decidimos
partir de regreso a los otros escenarios.
Slowdive estaba más
cerca, la noche nos había alcanzado de nuevo. Aun profundamente
tocados por Bastien nos movíamos entre el tumulto. Decidimos
sacrificar lugares decentes para Battles a cambio de estar casi hasta
adelante durante el show de Slowdive. La agrupación Mitú estaba
casi despidiéndose y era hora de acaparar lugares. Lo único que
esperábamos de dicha banda era que tocaran su último tema para así
poder colarnos lo más cerca posible del escenario. No fue mucho
tiempo de espera, Mitú se despidió y no pasaron más de 10 minutos
para que Battles hiciera su esperadísima aparición. Con sus
instrumentos puestos en una disposición por demás extraña, estos
gringos hacen un enloquecido despliegue virtuoso, que a la vez puede
recordar a los más finos ejecutantes del jazz y a los más osados
experimantadores avant-garde de la música. Más de una hora
escuchando a estos monstruos y la espera para ver a Slowdive era cada
vez más dueña de mis ansias, la gente comenzaba apretarse y a
querer robar lugares, duratne un par de minutos (Que me parecieron
eternos) sudé frío y mis brazos se durmieron, pero mis ganas de ver
a una de mis bandas preferidas me mantuvieron ahí aunque tuviera la
sensación de que el desmayo era inminente. Battles terminó y
Slowdive tardó más de lo usual, al parecer quienes se encargaron
del soundchek queían que todo saliera perfecto, pero por desgracia
no fue así. Desde la primer canción se notó lo mal ecualizado de
la voz, tan mal que a algunos les dio la impresión de que el error
provenía de Rachell Goswell y no del sonido, además cabe mencionar
que Rachell se encontraba enferma, y aún así fue bastante
profesional. Lo mismo Neal y el resto de la agrupación. Tristemente
las fallas del sonido fueron constantes de principio a fin, pero eso
no desanimó a todos quienes habíamos esperado verlos en vivo con
tanto anhelo. Hubo momentos fantásticos en todas las canciones, pero
si me dedicara a hablar sobre cada uno de ellos incurriría en el
error de comentar sólo subjetividades, cual quinceañera emocionada
y enamorada. Me quedo el show para mí mismo, pero comparto que uno
de los momentos en los que no pude evitar humedecer mis ojos fue
cuando tocaron “Dagger” y cuando finalizaron con “Goden hair”.
Sin duda todos estábamos emocionados, jamás habría pensado verlos
en vivo, fue demasiado grato, un concierto que nunca olvidaré.
Al terminar Slowdive
estábamos de nuevo agotados, al igual que el día anterior decidimos
ir a un sector cómodo y desde ahí presenciar el acto cerrador del
festival: Acid Mothers Temple. La legendaria agrupación japonesa
brindó un espectáculo visual y musical bastante ácido (en el
sentido lisérgico de la palabra) en donde sus voces, a veces
semejantes a cantos eclesiásticos o cosa por el estilo, parecían
confundir a más de uno, pero también haciendo bailar a la gran
mayoría. Cabe mencionar que horas antes se les podía encontrar en
la zona de venta de discos y productos, donde muy humildemente
montaron su changarro de discos colocando los precios en un pedazo de
cartón. En fin, el festival había terminado ya. Nuestros amigos,
aquellos que nos acompañaron durante todo el evento, se iban
alegremente a su transporte que les esperaba, ¿Pero qué sucedería
conmigo y mi amigo? Nos disponíamos a ir de regreso a los baños del
festival cuando por un golpe de suerte vimos a Señorongo entre la
gente. Lo saludamos y en el acto nos despedimos, agradecimos su gran
hospitalidad y nos fuimos, pero al poco rato corrimos detrás de él
para que no auxiliara a llegar lo más pronto posible a la central
del de autobuses del norte. Señorongo nos dijo que fuéramos con él,
salimos del deportivo y tomamos un autobús, al bajar estábamos en
la estación de Tacubaya, corrimos hacia el metro y transbordamos
tanto como pudimos, el punto más alto que alcanzamos fue Tlatelolco,
ahí abordamos un taxi y en cuestión de minutos nos encontrábamos
frente a la central. Compramos nuestros boletos y continuamos a la
espera de nuestro autobus; la misión estaba casi finalizada y todo
haía salido casi a pedir de boca. Finalmente el autobús llegó y lo
abordamos; a las pocas horas ya estábamos de vuelta en Querétaro.
Lo único que rondaba mi mente en aquel momento eran flashbacks de
música, besos y y lágrimas. Tan sólo un día de ausencia y ya
comenzaba a mirar ajena aquella pequeña urbe que a veces me ahorca.
El ansia había desaparecido, ¿Con qué otra ansia habría de
sustituirla ahora?
ANJ
ANJ
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