Ni las
más grandes ciudades de nuestro mundo se comparan a las enormes metrópolis de
los insectos en el pasto. A pesar del enorme dominio del hombre sobre la
tierra, se continúan pudiendo observar en más de un lugar el sinnúmero de vidas
existentes sobre una capa de pasto, sobre las orillas de los azulejos de las
calles o las camas adaptadas para humanos dormir ahí. Las amplias redes de
movimiento viviente siempre pasan desapercibidas para el ojo humano, siendo
difícil, para el no atento, el notar cuantos seres existen y caminan junto a
nosotros. Desde el ya mencionado pasto y cama, ejemplos muy lejanos, hasta el
aire o el agua, todo forma parte de la gran metrópolis que los insectos han
formado a nuestro alrededor, con un esfuerzo máximo al detalle y construcción
de la misma. A pesar del dominio extenso de la tierra, todos los pequeños que
viven junto a nosotros se han adaptado como en alguna otra de las columnas se
ha hablado ya. Sea como sea, se deberá prestar atención hasta los más pequeños
rincones para poder apreciar lo que esta metrópolis tiene para dar.
¿Cuántos
no se alarman ante la sorpresiva aparición de una araña en la pared o se
asombran del delicado aletear de una mariposa que se cruza en su camino? Tan
pocos pueden parecer los insectos al llegar en tan pocos momentos a saludar,
pero la verdad no está cerca de ser de esa forma. Hay veces que uno entre la
multitud de la gente en un sitio concurrido puede llegar a sentirse solitario y
tomando esto en cuenta no es difícil pensar que seres más pequeños sean tan
poco observados. Puede llegar a ser absurdo, al igual que lo mencionado anteriormente,
pues incluso aun si se mira directamente a un hormiguero se pueda olvidar el
hecho de que se observa, en efecto, cientos de hormigas laborando.
La
lluvia nunca inunda el hormiguero a pesar de que el agua entra con facilidad.
Es sorprendente admirar la ingeniería con la cual muchos insectos crean su
metrópolis, su hogar. El hilo que las arañas tejen sobre varios árboles o en
esquinas obscuras en cualquier superficie, se jacta de ser uno de los hilados
más complejos y resistentes (en proporción al tamaño de las arañas); por otra
parte, las paredes que crean las abejas como panales, pueden ser un deleite
visual para cualquiera con trastorno obsesivo compulsivo, ya que la simetría
perfecta va más allá de lo que uno esperaría de seres “no inteligentes”. Muchos
más ejemplos hay ahí afuera, los cuales ir a observar puede ser bastante provechoso
para el ojo curioso.
Ni el
hormiguero, ni el panal, ni las heces de una vaca son la metrópolis de los
insectos, todo el mundo, con pocas excepciones de dominio humano, es la enorme
metrópolis de ellos mismos. Se pueden talar los bosques o incendiar incluso por
accidente y a pesar de ello los insectos encontrarán una forma de amoldarse a este
duro mundo que a su pisar se desmorona. Algunos insectos cambiarán de color sus
alas y se posarán en blancas paredes, algunos otros buscarán el calor de un
zapato ya usado y otros optarán por otorgarse un buffet de basura humana. No
hay ni límites ni barreras que impidan el paso a algún insecto, a excepción de
todas aquellas que simplemente estaban ya delimitadas por la madre naturaleza.
Desde enormes
montañas hasta la planicie más aburrida, dentro de un panal o la cabeza de un
despistado infante, todo es dominio de los insectos. De cualquier forma no hay
que odiar que el mundo sea el gran dominio de las pequeñas bestias, sino
alegrarse de que están ahí para hacer todo funcionar, aportando lo que deben de
aportar a pesar de que lo que antes era suyo sin necesitar pedir permiso en
lenguaje humano, se le haya arrebatado.
Atte: Aldo Arteaga Estrada
Atte: Aldo Arteaga Estrada
Insectopía |
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