Sólo la vi una vez y esto es
todo lo que recuerdo: tenía el cuerpo cubierto de mugre y cada paso me exigía
ya mi último aliento. Abatido hasta el alma, no podía recordar el color de la
luz ni el olor del día. Ni siquiera recuerdo si algún día fui más que un
prisionero.
En cambio, nunca olvidaré a la
reina. Señora de la oscuridad y reina de la noche: The Black Queen y su marcha. El destino me ha puesto en la marcha
rumbo a la reina o hacia la muerte, cualquiera es lo mismo. La reina no mata a nadie
pero ahora soy uno de los pocos que aún no están vueltos locos. La reina tiene
el poder y el poder nos hace tener que hacer la marcha.
Es una sola línea. Ella empieza
y ella la termina, hurgando entre las pilas de sus súbditos que ya no tienen
sentido ni vida. Violando sus cadáveres con su paso. Su marcha me hace recobrar
el motivo por el cual todavía existo y formo parte de ella.
Su negrura me ciega ante las
calamidades de este mundo y a la fatalidad de nuestros actos. Pero, como fiel
sirviente algún día despegaré hacía la corte de aquel que reina en el cielo. Mi
alma está penada por siempre a ser un siervo de los reyes.
El frío encoge mi cuerpo un
poco más que el hambre. Creo que imploré al Señor más alto de lo que debí haber
escuchado porque la reina se ha detenido, ya no hay gritos, sólo el breve
aullido de un mono y aquí viene la reina. Su velo es igual que el de una novia,
en el color del que está hecha ella también. Se ha detenido frente a mí, yo lo
sé. Esperando calladamente una respuesta, tomo mis últimas energías y levanto
la vista hasta su corona que ya no sostiene el velo. Sé que no la volví a ver
porque no recuerdo haber hecho nada más.
(X)
Paulina Herrera
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