domingo, 3 de abril de 2016

La mente del pez dorado

El pez dorado en mar abierto





El bombardeo no sólo es de bombas. En la entrega anterior de “La mente del pez dorado”, se hablaba del bombardeo de absurdos en la red y de lo complicado que resulta huir de ellos. Con la publicidad no pasa algo distinto: se enciende el televisor y en cualquiera de los canales puede haber algún anuncio. Si se recurre a un medio menos convencional y se abre un periódico, se corre la misma suerte; lo mismo con las revistas, la radio, el internet… Sin embargo, el bombardeo es tan fuerte que los publicistas no están conformes con esos medios, ellos habrán de asegurarse de que el mensaje se implante; entonces colocan publicidad en las paredes de las casas, en las torretas de los edificios, en pizarras publicitarias. El bombardeo es masivo, nadie está a salvo, hasta en las carreteras alejadas de la civilización, donde sólo se pueden percibir dunas a lo lejos, o montañas, puede aparecer un recurso publicitario que se quedará impregnado mucho tiempo.
“Ya lo decíamos, que el capitalismo nos llevaría al despeñadero”. Efectivamente, la publicidad podría considerarse como un recurso capitalista. Después de todo, existen teorías comerciales como la oferta y la demanda y, a sabiendas de que cualquiera puede lanzar un nuevo producto, hay que abrirle una vereda al producto propio; una vereda que lo guíe hasta las manos del comprador. La publicidad se utiliza para poder trazar dicha vereda sin tantos contratiempos y, gracias a la cantidad de productos que se encuentran en el mercado, ésta tiene que adaptarse al público, al medio por el que se propaga, al producto que promociona… En cierto sentido, se podría considerar a la publicidad como un arte harto complicado, debido a los puntos mencionados con anterioridad; es decir, no es lo mismo publicitar en un papel en blanco y negro, a hacerlo en un vídeo de 5 minutos publicado en Youtube.
            Los tiempos cambian, la publicidad también. Desde esas variaciones en los colores, en el diseño, hasta el cambio de lo estático a la publicidad en movimiento, ha hecho que cambiemos el modo de ver las cosas. Con la llegada del televisor como primer medio audiovisual, la concepción de ofertar, simplemente, el producto y demostrar cómo se utilizaba; pasó a convertirlo en historias en las que el producto forma parte de la vida misma. La publicidad, finalmente, ya no se limita a vender el producto en cuestión, sino a vender la satisfacción que dicho producto ofrece: un momento feliz en familia, dinero, poder… felicidad. A veces, las razones por las que se compra un producto, son muy distintas a lo que el producto realmente ofrece.
            Los bombardeos cibernéticos son peligrosos. Si bien, es cierto que en el televisor, en las revistas y en nuestro rededor estamos expuestos a esta estafa, también es cierto que el internet juega una función pocas veces sutil. Al buscar información, ventanas de publicidad se abren en los lados, con colores llamativos, movimientos repetitivos y que se graban en el inconsciente. En las películas, en los vídeos imágenes sutiles aparecen acompañadas de calidez emocional o cualquier otra situación que el producto quiera impregnar en el posible comprador. En las redes sociales y en el televisor aparecen imágenes en movimiento, imágenes más directas que se quedan plasmadas en el cerebro sin querer. Un mensaje que tarde o temprano nos hará creer que somos infelices.
            La felicidad líquida está en un frasquito del cual no se puede beber. La publicidad muchas veces miente; miente cuando dice que un jabón puede borrar una mancha con sólo aplicarlo, miente cuando se venden productos de adelgazamiento mágico… simplemente miente, y nosotros creemos. Creemos porque ofrecen comodidades de no volver a planchar la ropa, y más que la comodidad de planchar la ropa, ofrecen algo que el producto no puede cumplir del todo: ofrecen calidad de tiempo con la familia. Se publicitan perfumes que garantizan la atracción de hombres o mujeres, se garantiza sexo, se garantiza placer; se garantiza compañía, no solamente el oler bien. Finalmente, las estafas están presentes, pues se ofrece lo que el hombre carece y que el producto en sí, no puede saciar. Considerando la cantidad de medios audiovisuales a los que estamos expuestos, o la cantidad de productos, desesperados por su venta, en el mercado; ¿Acaso estos bombardeos no son tan peligrosos como los literales?

Adriana Gasca L.

Fuentes:

http://seminariohombrecontemporaneo.blogspot.mx/2009/06/la-felicidad-liquida-una-felicidad.html

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