Varios han sido ya los asesinos que se han enlistado en las
últimas entradas de esta sección, y si algo han tenido en común todos ellos,
además de su implacable crueldad homicida, es que ninguno de los previamente mencionados
ha sido un personaje originario del continente americano. Pues, bien, es el
turno entonces de Latino-américa de tener los reflectores en esta entrada con su
siguiente protagonista, viajando hacia el sur de la América hispanohablante,
durante el siglo XVII, en el Chile de la época colonial. Es ahí donde la
historia toma lugar, a manos de Catalina de los Ríos y Lisperguer, mejor
conocida como “La Quintrala”.
Esta mujer fue una terrateniente chilena, hija del
matrimonio formado por el noble Gonzalo de los Ríos y Encío con Catalina de
Lisperguer y Flores, famosa por su belleza y por la descorazonada crueldad con
la que se sabía trataba a sus sirvientes. Fue por esto que se convirtió en un
icono del abuso y la opresión coloniales; perteneciente a la rica familia de
los Lisperguer, su reconocida figura, grandemente mitificada con el paso de los
tiempos, pervive en la cultura popular de su país como el epítome de la mujer
perversa y abusadora.
Desde muy joven, se manifestaron en ella los instintos
sanguinarios, pues fue en 1623 que asesinó a su propio padre, envenenando su
comida. Apenas pasado un año de este evento, se dice que Catalina invitó a un
rico feudatario de Santiago mediante una carta amorosa – detalle cuestionable,
ya que se presume que Catalina no sabía escribir –, y que, al tenerlo
finalmente en sus brazos, lo mató a cuchilladas sin piedad alguna y culpó del
crimen a una esclava suya, que fue ajusticiada en la Plaza de Armas. Asimismo, la
Quintrala fue encausada por el asesinato de un antiguo amante, Enrique Enríquez
de Guzmán, caballero perteneciente a la Orden de San Juan que la pretendía en
matrimonio; asegurando que éste hubo jugado con sus sentimientos, e indignada
ante tal pretensión, Catalina encomendó a un esclavo que lo matara a palos; el
esclavo recibió pena de muerte, y a ella, por su parte, se le impuso una multa
en dinero.
Más tarde, habría contraído nupcias con el soldado Alonso
Campofrío y Carvajal, quien si bien no poseía bienes, recibió un dote
importante que incluida una hacienda en La Ligua; allí vivió la pareja, y se
convertiría en el nuevo escenario criminal de La Quintrala, cometiendo una
serie de barbaridades, varias de las cuales su marido sería cómplice. Entre sus
víctimas, se encontró un cura doctrinero de indígenas, que los hubo defendido de
los malos tratos por parte de la terrateniente; se dice también que cercenó la
oreja izquierda de Martín de Ensenada y que mató a un caballero de Santiago.
Pero, principalmente, la servidumbre era quien padecía sus crueldades: castigos
con el látigo, en el cepo y diversas torturas eran empleadas en ellos, sin
importar edad o sexo.
Finalmente, tras largos años de impunidad, se envió una
misión secreta que investigó el caso y encontró los fundamentos suficientes
para juzgarla. Para 1660, fue sometida a proceso en la Real Audiencia de
Santiago, y el juicio duró cuatro años debido a sus influencias para
aletargarlo. De mentalidad enfermiza y contradictoria, La Quintrala era devota
del Cristo de la Agonía que existía en la iglesia de San Agustín, y fue por
ello que en su testamento pidió ser enterrada vistiendo los hábitos agustinos
en dicho lugar. Arrepentida, donó seis mil pesos para costear una procesión anual
el 13 de Mayo de forma perpetua por la expiación de sus pecados, además de
otras sumas dedicadas a la realización de misas en pos de su alma y la de los
indios a quienes maltrató. A final de cuentas, no somos más que mortales.
Por: Marissa Sigala
A.
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