jueves, 7 de abril de 2016

Cuéntame un cuento, cuéntame qué hay.

El cuento del jueves: Estío (México)
De griegos en México y madres monstruosas.
¿Te acostarías con mamá?, ¿la besarías, la tocarías?, ¿le dirías palabras de amor al oído? El incesto es un tema de gran interés dentro de la literatura, desde los clásicos griegos hasta el realismo mágico, las tan mentadas “relaciones monstruosas” entre parientes han formado parte de esos temas oscuros que las buenas familias no discuten durante desayuno. Afortunadamente, aquí nadie está comiendo y, gozando de una suerte mayor, ninguno de nuestros estimados lectores pertenece a esas buenas familias por el contrario,  podríamos decir que somos parte de Todas las familias felices*. Las familias latinoamericanas poseen rasgos distintivos que permiten identificarlas dentro de la literatura, el incesto es uno de ellos. En esta ocasión, y de la mano de la maestra mexicana Inés Arredondo, ingresaremos al mundo sensual y caluroso de Estío.
Estío es un cuento que pertenece al libro La señal de Inés Arredondo, editado por Era en el año de 1965. En este se expone un mundo que es generado a partir de la visión femenina; si bien, hemos hablado sobre la construcción del personaje femenino en la literatura latinoamericana, Arredondo presenta gran innovación al convertir a sus narradoras y personajes principales en la llave a la intimidad humana, la sensualidad, la carne, los secretos, el sentir. En Estío nuestra protagonista, quien permanecerá en el anonimato, jamás revela mucho de su apariencia física a pesar de presentar escenas donde se encuentra desnuda o en traje de baño, la intención descriptiva está basa en la sensación: Otra vez mi cuerpo, mi caminar pesado que deja huella. Dentro de la trama nos encontramos con dos escenas que exponen la descripción expresionista, basada en las sensaciones intensas que son producidas en la mujer y que refleja el estilo del cuento.

“Llegué a mi cuarto y dejé caer la toalla; frente al espejo me desaté los cabellos y dejé que se deslizaran libres sobre los hombros, húmedos por la espalda húmeda. Me sonreí en la imagen. Luego me tendí boca abajo sobre el centeno helado y me apreté contra él: la sien, la mejilla, los pechos, el vientre, los muslos. Me estiré con un suspiro y me quedé adormilada, oyendo como fondo a mi entresueño el bordoneo vibrante y perezoso de los insectos en la huerta. Más tarde me levanté, me eché encima una bata corta, y sin calzarme ni recogerme el pelo fui a la cocina, abrí el refrigerador y saqué tres mangos gordos, duros. Me senté a comerlos en las gradas que están al fondo de la casa, de cara a la huerta. Cogí uno y lo pelé con los dientes, luego lo mordí con toda la boca, hasta el hueso; arranqué un trozo grande, que apenas me cabía y sentí la pulpa aplastarse y al jugo correr por mi garganta, por las comisuras de la boca, por mi barbilla, después por entre los dedos y a lo largo de los antebrazos. Con impaciencia pelé el segundo. Y más calmada, casi satisfecha ya, empecé a comer el tercero.” (Arredondo, 1965)
“En la penumbra de la huerta ajena me quedé como en un refugio, mirándolo fluir. Bajo mis pies la espesa capa de hojas, y más abajo la tierra húmeda, olorosa a ese fermento saludable tan cercano sin embargo a la putrefacción. Me apoyé en un árbol mirando abajo el cauce que era como el día. Sin que lo pensara, mis manos recorrieron la línea esbelta, voluptuosa y fina, y el áspero ardor de la corteza. Las ranas y la nota sostenida de un grillo, el río y mis manos conociendo el árbol. Caminos todos de la sangre ajena y mía, común y agolpada aquí, a esta hora, en esta margen oscura.” (Arredondo, 1965.)

Al seguir la historia que se expone en Estío es inevitable recordar los mitos griegos, en particular aquel que llegó a convertirse en tragedia y exponía las pasiones de una mujer por su hijastro. Por supuesto, nos referimos a Fredra. Existen diferentes versiones sobre la tragedia**, en esta ocasión hemos decidido apelar a aquella que pertenece al dramaturgo y filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca. Las similitudes entre los personajes en la Fedra de Séneca y el Estío de Inés Arredondo son sorprendentes. Ambos padres son señalados como “ausentes”. En el caso del rey Teseo en Fedra, este se encuentra inmerso en sus propias ambiciones y descuida a su esposa. El papel del padre en Estío es ausente debido a su muerte, el personaje es apenas un símbolo. Al referirnos al hijo, notamos que tanto Hipólito como Román son hombres muy jóvenes, impetuosos y con una buena condición física, sin embargo mientras que Hipólito debe pagar por la confesión de Fedra, Román no se percata de las intenciones de su madre.

“Con un acuerdo perfecto y silencioso, dejaron de jugar. Julio atrapó la bola en el aire y se la puso bajo el brazo. El crujir de la grava bajo sus pies se fue acercando mientras yo llenaba los vasos. Ahí estaban ahora ante mí y daba gusto verlos, Román rubio, Julio moreno.
—Mientras jugaban estaba pensando en qué había empleado mi tiempo desde que Román tenía cuatro años… No lo he sentido pasar, ¿no es raro?
—Nada tiene de raro, puesto que estabas conmigo —dijo riendo Román, y me dio un beso.
—Además, yo creo que esos años realmente no han pasado. No podría usted estar tan joven. Román y yo nos reímos al mismo tiempo. El muchacho bajó los ojos, la cara roja, y se aplicó a presionarse un lado de la nariz con el índice doblado, en aquel gesto que le era tan propio.” (Arredondo, 1965)

Nos encontramos con una dicotomía que es presentada por nuestra narradora desde las primeras líneas: Ahí estaban ahora ante mí y daba gusto verlos, Román rubio, Julio moreno. Los personajes de Román y Julio, el primero como el hijo deseado y el segundo como el amigo que desea, serán la excusa que conduce hacía el desenlace en el cual ambos deberán abandonar la casa. El encuentro entre Julio y la protagonista, una noche en el pasillo oscuro, expone frente al lector la situación de golpe, revela el trasfondo de la trama. La confesión de Julio en la playa: Nunca he estado con una mujer, muestra la construcción de personajes más humanos, tímidos ante la sociedad y las etiquetas de esta.

“Lentamente me atrajo hacia él y me envolvió en su gran ansiedad refrenada. Me empezó a besar, primero apenas, como distraído, y luego su beso se fue haciendo uno solo. Lo abracé con todas mis fuerzas, y fue entonces cuando sentí contra mis brazos y en mis manos latir los flancos, estremecerse la espalda. En medio de aquel beso único en mi soledad, de aquel vértigo blando, mis dedos tantearon el torso como árbol, y aquel cuerpo joven me pareció un río fluyendo igualmente secreto bajo el sol dorado y en la ceguera de la noche. Y pronuncié el nombre sagrado […] La tarde anterior a su partida hablé con él por primera vez a solas después de la noche del beso, y se lo expliqué todo lo mejor que pude; le dije que yo ignoraba absolutamente que me sucediera aquello, pero que no creía que mi ignorancia me hiciera inocente.” (Arredondo, 1965)

Se dice que todos cargamos con complejos, traumas y fantasmas desde casa, la única solución para medio “tirarlos” y “medio” ocultarlos es salir del techo protector. Quizá esta es la razón por la cual la protagonista de Estío opta por enviar a su hijo lejos, en la última línea expone: Después mandé a Román a estudiar a México y me quedé sola. El castigo por sus acciones (¿o sus no acciones?) será la soledad en la casa familiar, la expulsión de Román, apunta hacía un acto de amor que pretende evitar el destino terrible de aquellos que caen en el séptimo círculo del infierno. Cuando se habla de familia el miedo a  profundizar en los pensamientos ocultos del lector siempre es tentador, interesaría preguntar a todos nuestros Hipólitos descubiertos: ¿piensan que mamá es bonita?
Isadora Cabrera.

*Sobre la temática de las familias en Latinoamérica, recomendamos la novela Todas las familias felices del escritor mexicano Carlos Fuentes.

** Si llamó la atención de nuestro lector la versión de Fedra presentada en la columna, recomendamos la  original de Eurípides. De igual forma, aconsejamos leer la  que pertenece a Miguel de Unamuno.

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