La Reina Joven
La era Victoriana es conocida como la época de auge del
Imperio Británico. La fuerza con la que es recordada en los libros de historia
la Gran Bretaña moderna, ya hubiese sido por sus numerosas colonias o por su increíble
desarrollo industrial, nace y se concreta
durante el largo periodo de regencia de la Reina Victoria junto a su
esposo, el Príncipe Alberto; el reinado tuvo una duración de 63 años. Esta
época tiene un gran apreció de parte de la autora de su columna (época de
grandes cambios sociales, Oscar Wilde y Jack, el Destripador) por lo que este martes,
la protagonista de este espacio es la responsable del nombre de ésta época:
La niña Alejandra Victoria tenía diez años cuando fue
consciente de que era la heredera al Trono de Gran Bretaña. Que Victoria se
convirtiese en heredera fue causado por las muertes de su abuelo el Rey Jorge III y su padre, el Duque Eduardo
de Kent, y que ninguno de sus tíos, Jorge IV y Guillermo IV, tuviesen
descendencia. Su madre, María Luisa, se convirtió en su protectora y carcelera;
en su deseo de mantenerla a salvo, su progenitora aprensiva no la permitía
estar nunca a solas, siempre se encontró acompañada por una institutriz, aya o
algún sirviente fiel.
A la edad de dieciocho años y sin conocimiento de la
política o de las necesidades de su nación, Victoria ascendió al trono. Al
convertirse en reina, la joven se deslindó de su madre y se sumergió en el mundo
real en solitario. La regente poseía un carácter severo pero caprichoso, pocos
lograban simpatizarle y quienes lo hacían se volvieron sus confidentes. Lord
Melbourne fue uno de los que se aprovecharon de la simpatía e inexperiencia de
la reina para beneficiarse; usando a la Corona, permaneció como Primer Ministro
después de que su periodo hubiese terminado.
El Parlamento y la Reina estaban en conflicto cuando
el Príncipe Alberto entró por segunda vez a la vida de Victoria. En su
juventud, Victoria y Alberto se habían reunido y enamorado uno del otro,
compartiendo cartas entre ellos. La vigilancia estricta de la madre de la Reina
no fue efectiva entre ellos, siendo primos. Se casaron en 1840 y, poco a poco,
Alberto se convirtió en el confidente, protector y esposo fiel de la reina.
Juntos emprendieron una política conservadora y respetuosa del Parlamento, la
cual llevaría a Gran Bretaña a su conocido esplendor.
La reina enviudó en 1861, convirtiéndola en la imagen
de la mujer viuda que vistió de luto hasta el final de sus días. Pero su
perdida no la debilitó, al contrario se volvió en la figura de fuerza y
voluntad que trabajo sin descanso por su país, rindiéndole un homenaje al
objetivo de su difunto esposo. Logró unificar la monarquía, al pueblo y al
estado. Su imagen era conocida por toda Europa, había casado a toda su
descendencia con todas las monarquías disponibles, convirtiéndola en foco en
todo evento político o social internacional, ganándose el nombre de “La abuela
de Europa”. Su sentido común al dirigir,
seguridad al decidir, influencia en
todas las clases sociales y su moral estricta consiguieron que la sombra de la
Viuda de Windsor cubriera la segunda mitad del siglo XIX, Victorizando la época y esta columna.
Esperanza del Refugio Aguilar Carrillo
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