Numerosas historias de temibles “hombres lobo”, seres
monstruosos que se transformaban bajo la luna llena para devorar carne humana,
y otras criaturas de semejante naturaleza, atemorizaban a la Europa del siglo
XIX, sembrando terror en pueblos y ciudades por igual, aprovechándose de la
credulidad y superstición de sus habitantes. En algunos casos, sin embargo, el
horror era muy real. El municipio de Allariz, Orense, ha sido testigo de entretenidas
y sorprendentes leyendas hacia las que resulta imposible actuar indiferente una
vez que se les ha escuchado, y un célebre ejemplo de éstas sería no otra que la
leyenda del Hombre Lobo de Allariz.
Todo comenzó en el pequeño poblado orense de Regueiro, con
el nacimiento de Manuel Blanco Rosamata, el 18 de noviembre de 1809; en un
principio, este personaje fue registrado en su partida de nacimiento como “Manuela”,
ya que se pensó que era una niña [*], pero años más tarde,
apareció bajo el nombre de “Manuel”. Se le describe como un hombre bajo –media apenas
137 centímetros– y de facciones consideradas por algunos historiadores como “tiernas”,
que se justifican con su supuesta condición biológica. A pesar de provenir de
una familia de escasos recursos económicos, Rosamata aprendió a leer y escribir
durante su adolescencia, además de realizar diversas tareas del hogar,
incluyendo la costura, bordado y corte de trajes y vestidos –lo que le
permitiría convertirse en sastre más adelante, luego de contraer matrimonio a
los veintiún años con su vecina, Francisca Gómez Vázquez. Por razones naturales,
nunca tuvieron hijos, y su vida marital resultó lamentablemente corta, puesto
que Francisca murió tres años después. Se cree que esto pudo haber sido, en
cierta medida, un detonante en la conducta asesina de Rosamata, ya que durante
el tiempo que vivió en su parroquia natal, no levantó la más mínima sospecha ni
presentó comportamiento extraño alguno.
No fue hasta que hubo emprendido una vida ambulante como
vendedor que los rumores comenzaron a crearse en torno a su persona. Ante el
peligro de ser enjuiciado, Rosamata escapa y se oculta en Galicia; allí trabajó
de jornalero en casa de Andrés Blanco, donde conocería a Manuela García Blanco:
una mujer diez años mayor que él, con un historial sentimental bastante
agitado, siendo madre soltera de una hija llamada Petra (que trece años tendría
en ese entonces). Lo que empezó como una afable amistad entre ambos, pronto se
tornaría en un amor platónico –según especulan los especialistas, dada la condición
de Rosamata. Mas el gusto poco les duró, ya que fueron estas dos mujeres sus
primeras víctimas; Manuela y Petra fueron vilmente descuartizadas por Rosamata,
quien luego les hubo sacado la grasa o “manteca” (para venderla, ni más ni
menos) y dejado sus cadáveres al aire libre, para ser devorados por los lobos. Con
total descaro e ingenio, Manuel sostuvo que la mujer y su hija se habían
marchado a Santander a servir al cura.
Aparentemente insatisfecho, y ostentando ahora un gusto por
la sangre, la siguiente víctima del “hombre lobo” es Benita –hermana menor de
la fallecida Manuela–, a quien engaña con una carta falsa de parte de Manuela y
promete ayudarle a encontrar empleo en casa del cura vecino al que
presuntamente hubo contratado a su hermana. Con impecable astucia, Rosamata se
las ingenia para excusar las desapariciones de cada una de sus víctimas, que iban
en aumento conforme pasa el tiempo, y se ganaba la vida vendiendo sus
pertenencias y la manteca que de ellas extraía. Así se creó la leyenda urbana de que un hombre
lobo merodeaba por las noches en busca de nuevas víctimas a quienes devorar,
sin siquiera imaginarse que aquel simpático vendedor sería el responsable
detrás de tan atroces crímenes. Por supuesto, las sospechas no dejarían de
nacer, y pronto las evidencias comenzarían a apuntar hacia Rosamata. Intentó
ocultarse tras un certificado falso bajo el nombre de “Antonio Gómez”, mas fue
descubierto posteriormente en Toledo.
Pasando de juzgado en juzgado, Manuel elaboraba tales
mentiras en las que aseguraba que sufría una maldición que lo convertía en licántropo.
Fue gracias a estas invenciones que, en el Juzgado de Allariz, Rosamata pasaría
a la historia como el “Hombre Lobo de Allariz”. Tras hallar restos óseos, junto
con sus confesiones y el informe médico, el 6 de abril de 1853 Rosamata fue
condenado a muerte; mas ahí no terminó el asunto, pues fue la intervención de
la reina Isabel II lo que salvó a Rosamata de la pena capital, haciendo que se
le impusiera cadena perpetua y fuera trasladado a Ceuta, donde pasaría el resto
de sus días “sin que diese muestras de padecer enajenaciones mentales, ni
monomanías de ninguna especie”. Actualmente, se utilizaría el término psicópata
para referirse a este asesino, aunque según especialistas, se trataba más bien
de un caso de trastorno de personalidad. (David Simón Lorda, Gerardo Flórez Menéndez, 2004)
[Reconstrucción en cera del rostro de Manuel Blanco Rosamata, en base a su cráneo y descripciones encontradas]
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[*]
Según el
responsable de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina
Legal de Galicia, Fernando Serrulla, tal confusión en el registro se debió a
que Rosamata sufría de un raro caso de pseudohermafroditismo femenino –condición
que sólo afecta a uno entre cada 10,000 o 15,000 nacidos–, lo que haría que,
naciendo mujer, secretara tal cantidad de hormonas masculinas que sufriría un
periodo de masculinización en el que desarrollaría sus características de
hombre.
Referencias:
a)
Pontevedra, S. R. (1 de noviembre de 2012). El País.
Recuperado el Abril de 2016, de El País:
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/11/01/galicia/1351797460_881975.html
b)
David Simón Lorda, Gerardo Flórez
Menéndez. (2004). REVISTA GALLEGA DE PSIQUIATRÍA Y NEUROCIENCIAS. (A.
G. Psiquiatría, Ed.) Recuperado el abril de 2016, de REVISTA GALLEGA DE
PSIQUIATRÍA Y NEUROCIENCIAS:
http://www.ourensedixital.com/romasanta/dsl/index.htm
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