domingo, 10 de abril de 2016

Retazos de existencia.

Ballad of one life. 

“No tolero el silencio, en el transcurso de un día común y corriente no puedo tener un solo momento, por pequeño que sea, en que no esté escuchando música. Debido a ese ínfimo pero fundamental aspecto de mi personalidad no llego a ser demasiado sociable o establecer relaciones que duren más allá de unos cuantos meses, por lo general, las personas terminan hartándose de no poder tener un “momento de paz” al estar a mi alrededor.

Obsesión, esa es la palabra con sentido más lógico que he encontrado para explicar mi terrible apego a la música, personalmente prefiero llamarle fascinación. De cualquier manera y como podrá intuir no siempre fui así, aunque pensándolo mejor, desde el momento en que nací ya me encontraba rodeado de notas musicales, instrumentos y acordes. Mi padre pertenecía a una banda de rock por ende en mi casa siempre había música, ya fuera que compusiera alguna canción, organizara alguna fiesta o simplemente para las actividades del día a día. No voy a quejarme, crecí con Led Zeppelin, The Beatles, Pink Floyd, The Who, The Doors, entre muchos otros y me encantaba.

Entrando a la adolescencia tuve el típico sueño de formar mi propia banda y contrario a la mayoría de mis amigos y compañeros yo tocaba demasiados instrumentos desde mi infancia y tenía un padre ansioso por comenzar a formarme en su mundo. A los 15 años pertenecía ya a una agrupación, gracias a la fama que me cargaba debido a mi familia tuvimos muchas oportunidades y en poco tiempo nos encontrábamos ofreciendo pequeños conciertos. Muy a pesar de su felicidad por ver que su primogénito seguía sus pasos, mi padre era también estricto en cuanto a la educación y no me permitió dejar mis estudios. En mi último año de preparatoria ya había acordado con él de que me tomaría un año sabático para dedicarme a la banda.

La impaciencia me carcomía, faltaba solo un par de meses para graduarme. Como parte de una actividad cultural mi grupo realizó una excursión para un importante concierto de la sinfónica nacional, era la primera vez que asistía a una presentación de música clásica. Recuerdo que me encontraba bastante aburrido y deseando estar en cualquier lugar menos ahí, si bien conocía del tema no me llamaba la atención, supuse que me quedaría dormido antes de la mitad del concierto. El director levantó la batuta y al bajarla sonó la primera nota. De inmediato me erguí en el asiento, la música me envolvía y golpeaba mi mente de una manera totalmente desconocida. Sentimientos que no sabía que podía experimentar se abultaron en mi pecho, el concierto duro dos horas, para mí fue eterno y mágico.

Después de ese día no pode pensar en nada que no fuera música clásica, vacié mi lista de reproducción y descargué todo lo que encontré relacionado a Beethoven, Chopin, Mozart, Vivaldi y cualquier compositor que hubiera existido. No me concentraba en los ensayos de la banda y terminé abandonándola, aplique y entré a una universidad exclusiva en la materia y estudié para ser Director de Orquesta. La música es mi vida, siempre tengo puestos los audífonos y en la soledad de mi casa resuenan las baladas, los nocturnos, las óperas a tope de volumen y todo el día, incluso durante la noche. Es algo sin lo cual no puedo vivir, literalmente y no me imagino mi existencia de otra manera.”

                                                                Andrea Hernández Álvarez

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