No se dejen estafar: la Friendzone
es un destino gratuito, lamentablemente, aquí no sólo encontramos incontables
corazones rotos, sino también muchos bolsillos vacíos, saqueados y arrasados. El
dinero no es la diferencia entre ganar o no el amor de una persona, y si lo
fuera, ¿qué clase de amor ganaríamos? Asumir que podemos conquistar a una
persona entre más gastemos en ella es como si quisiéramos regir nuestra vida de
acuerdo a un folleto de publicidad del banco; no obstante, las cosas más
importantes no se pueden comprar ni con todo el dinero del mundo. No es el
precio lo que determina el valor de lo que compramos. Si las cuentas no les
están redituando intereses, tal vez deberían reconsiderar qué es lo que
realmente cuenta para enamorar a alguien.
Parece que la mercadotecnia ha
salido de los comerciales para instaurarse directamente en nuestros cerebros. “Compra
esto, compra aquello… te hará guapo, popular y… amado”, Promesas tan falsas
como las sonrisas en la publicidad y, aun así, caemos en la trampa. En la
mayoría de los casos, son los hombres quienes gastan más tratando de
impresionar a las mujeres (un rasgo de inequidad que suele pasarse por alto).
Sin embargo, ¿qué clase de amor es el que se puede comprar? Probablemente el
mismo que se acaba en cuanto los problemas económicos empiezan. Hablando específicamente
de los chicos de la Friendzone, un verdadero amigo no debería de exigirles
gastar sólo por satisfacer sus caprichos ya que, en principio, la amistad es
una relación desinteresada (y generalmente más económica que el noviazgo).
Cuando uno se enamora es natural
querer obsequiar a la persona amada con tal de hacerla sentir nuestro cariño y
hacerla feliz. Cuando el amor no es correspondido, todos o la mayoría de los
regalos terminarán en la basura o en manos de otra persona; pero, sin importar
lo que compremos o el dinero que gastemos, el verdadero significado de las
cosas no radica en su precio, sino en su significado. Los sentimientos de la
otra persona hacia nosotros no crecen en proporción inversa a nuestro déficit
económico, sino en proporción al tiempo, la atención y la confianza que le
brindamos. El dinero, por el contrario, entre más se usa se hace menos y eso no
cubre ningún seguro que nos indemnice por caer en la Friendzone.
¡A quién no le gusta el dinero!
Con él no sólo se pueden comprar cosas caras y bonitas, sino también
experiencias únicas (volar en globo, por ejemplo). Pero pagar por algo no
garantiza el corazón de la persona que queremos. La diferencia no radica en lo
gigante que sea el oso de peluche, ni en cuantos millones de rosas hagan un
ramo, ya que la manera más inteligente de regalar algo es sin esperar nada a
cambio. Se trata de evitar los extremos: si bien, no brindar detalle alguno a
la persona amada puede parecer indiferencia, por otro lado, saturarla de
regalos puede resultarle abrumador. Es mejor ser auténtico: hay suficientes
opciones disponibles por ningún costo para esas personas que están
verdaderamente interesadas en enamorarse y no solamente en impresionar al otro.
El problema no es el dinero, sino
la manera en que lo usamos o, mejor dicho, la manera en que nos dejamos usar
por él. La publicidad puede hacernos creer que cualquier cosa se puede comprar
(en algunas películas he escuchado la frase “todas las personas tienen un
precio”); sin embargo, la mercadotecnia está pensada para vender, no para traer
la felicidad al mundo. Entre más ostentosos y caros sean los regalos que
compremos, no hay garantía de que el plan funcione y no caigamos en el abismo
de la Friendzone. Un manirroto puede impresionar, pero una persona que utiliza
su dinero con prudencia y eficacia es algo admirable. De cualquier manera, no
hay una tarifa para no caer en la Friendzone, y si es que éste es su destino,
les será más reconfortante disponer de su dinero para ustedes mismos, como
escribió el Arcipreste de Hita: “Si tienes dinero, tendrás consolación”. Bienvenidos
a la Friendzone: No cuesta nada.
Ana Laura Bravo
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