lunes, 18 de abril de 2016

Diario de viajes ficticios

Puede que exista una razón biológica detrás, que los climas así, al presagiar lluvias, tormentas o cualquier otro infortunio, alerten al organismo de que es mejor quedarse en casa o en algún lugar seguro y ocasionen que el ánimo decaiga con este propósito; el caso es que no me gustan los días nublados. Este viaje empezó así y por poco no me subo al auto a recorrer 12 horas, sin contar las escalas, en carretera hasta Texas. Y he aquí una sugerencia, si alguna vez alguien les pregunta si están locos por hacer viajes largos en carro, en días lluviosos, con los limpiaparabrisas funcionando de a ratos a la mayor potencia y sin más compañía que ustedes mismos, por favor, tengan el valor de afirmarlo.
     Tomé toda la carretera no. 57 hasta casi llegar a Saltillo y un par más que desembocan en la 85, que llega a Laredo, ciudad que inclusive tiene una canción en su nombre -Gonna take a trip to Laredo, gonna take a dip in the lake, oh, I’m at a crossroads with myself, I don’t got no one else-, que iba escuchando en el trayecto de ida, porque un viaje así no se puede concretar sin buena música, y además dejé correr las canciones de The Vibrators y The Who, de ésas que es imposible escuchar sin ponerse de buen humor.
     En Laredo me quedé por una noche nada más, al día siguiente visité el Parque Internacional Lago Casa Blanca del Estado, donde, como su nombre lo indica, está ubicado un gran lago, al este de la ciudad, cuya principal actividad es la pesca, andar en kayak y las bicicletas de montaña, de éstas sólo realicé las últimas dos. Antes de irme de Laredo probé la famosa comida típica Tex-Mex y me dirigí rumbo a San Antonio.
     A pesar de sus grandes centros de entretenimiento, comerciales, de eventos masivos y demás, lo más memorable de esa ciudad del condado de Bexar, a mí parecer, debe ser su paseo del río. No hay nada que se le compare a estar caminando por la acera a un lado del río mientras oscurece y las luces que resplandecen en el agua, el aroma de la comida cocinándose en algún restaurante de por ahí y el viento fresco en el rostro, que siempre puede ser transgredido por el humo de un buen cigarro. 
     Mi destino siguiente era Austin, la capital de Texas, con un contraste entre edificios inmensos y modernos y construcciones de hace siglos que resulta una combinación un tanto desarticulada, pero supongo que se puede decir eso de tantas otras ciudades del mundo. En la 6th Street usualmente hay espectáculos musicales por la tarde y si las temperaturas siguen subiendo, siempre hay tiempo para ir por una cerveza y luego seguir caminando por el Downtown, olvidando que uno tan sólo es un extranjero con un plazo límite en su estancia.


Ana Estrada Martínez

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