miércoles, 13 de abril de 2016

Sobre insectos y arácnidos, reflexiones de un simple hombre: Polillas



                Polillas, observan con sus alas y se esconden más que a la vista. A pesar de ya haber hablado en esta serie de columnas acerca de las mariposas, en esta ocasión nos detendremos un segundo para admirar y reflexionar un poco a lo que respecta con sus hermanas nocturnas. Notaremos diversos cambios, suspiraremos por su arte natural y llegaremos a tener miedo por la mirada indirecta que pueden dirigir al solo pararse en una pared.


                ¿Qué casa no ha sido visitada ya por ese, elegante pero torpe, aleteo con el que se anuncian estos insectos? Atraídos por la luz artificial que al oscurecer se prende dentro del hogar abierto en una tarde de verano o el reflejo de la misma sobre una blanca pared, al final posarán para nosotros como un estático cuadro, para que admiremos una hermosa y al mismo tiempo tenebrosa pintura, donde coincidentemente una sonrisa se dibuja a través de las dos alas y dos círculos al centro de las mismas, como ojos nos hacen creer que miran silenciosamente.

                Pero deberíamos de tratar no confundirnos, pues no solo polillas con ojos y boca en las alas existen; sino también las hay de largas cejas, de colores vivos y llamativos, otras con mayor cantidad de vellosidad la cual puede hacerlas parecer un pequeño peluche, las hay de alas grandes y de alas delgadas, las hay enormes y otras muy pequeñas. Hay tantas polillas y tan poco tiempo para develar todas sus características y virtudes.

                A pesar de lo poco que nos puede dar esta columna para hablar de todo lo que hay para hablar de éstas ya varias veces mencionadas, deberíamos continuar alabando y apreciando la estética de las mismas; justo ahora parece adecuado mencionar uno de los tantos datos “curiosos” que con la polilla se puede tratar. El tinte y apariencia de las alas de estas mariposas nocturnas evitan que se las coman vivas (así como la ropa para nosotros es un escudo ante críticas caníbales dentro de la sociedad), con ese típico café que las hace casi invisibles al colocarse sobre un árbol, ese rojo y blanco vivo en otras, el cual indica “veneno”.

                Que preciosas son las alas de una polilla. Pero ¿Acaso no nos hemos percatado del daño que causamos a estos seres voladores, entintando sus escondites, encendiendo máquinas eléctricas que acabarán con su vida o trampas pegajosas que cuelgan desde el suelo? Esta es la reflexión usual, en la que se pide un grito en auxilio a éstas que viven solo para deleitarnos, a las cuales les debemos más que obligarlas a evolucionar para que cambien esas alas nocturnas por unas alas del día que nunca muere a causa de todos los que continuamos disfrutándola sin pensar más allá del aleteo de la polilla. 
                                                   
                                         Por: Aldo Arteaga Estrada




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