Polillas,
observan con sus alas y se esconden más que a la vista. A pesar de ya haber
hablado en esta serie de columnas acerca de las mariposas, en esta ocasión nos
detendremos un segundo para admirar y reflexionar un poco a lo que respecta con
sus hermanas nocturnas. Notaremos diversos cambios, suspiraremos por su arte
natural y llegaremos a tener miedo por la mirada indirecta que pueden dirigir
al solo pararse en una pared.
¿Qué
casa no ha sido visitada ya por ese, elegante pero torpe, aleteo con el que se
anuncian estos insectos? Atraídos por la luz artificial que al oscurecer se
prende dentro del hogar abierto en una tarde de verano o el reflejo de la misma
sobre una blanca pared, al final posarán para nosotros como un estático cuadro,
para que admiremos una hermosa y al mismo tiempo tenebrosa pintura, donde
coincidentemente una sonrisa se dibuja a través de las dos alas y dos círculos
al centro de las mismas, como ojos nos hacen creer que miran silenciosamente.
Pero
deberíamos de tratar no confundirnos, pues no solo polillas con ojos y boca en
las alas existen; sino también las hay de largas cejas, de colores vivos y
llamativos, otras con mayor cantidad de vellosidad la cual puede hacerlas
parecer un pequeño peluche, las hay de alas grandes y de alas delgadas, las hay
enormes y otras muy pequeñas. Hay tantas polillas y tan poco tiempo para
develar todas sus características y virtudes.
A pesar
de lo poco que nos puede dar esta columna para hablar de todo lo que hay para
hablar de éstas ya varias veces mencionadas, deberíamos continuar alabando y
apreciando la estética de las mismas; justo ahora parece adecuado mencionar uno
de los tantos datos “curiosos” que con la polilla se puede tratar. El tinte y
apariencia de las alas de estas mariposas nocturnas evitan que se las coman
vivas (así como la ropa para nosotros es un escudo ante críticas caníbales
dentro de la sociedad), con ese típico café que las hace casi invisibles al
colocarse sobre un árbol, ese rojo y blanco vivo en otras, el cual indica “veneno”.
Que
preciosas son las alas de una polilla. Pero ¿Acaso no nos hemos percatado del
daño que causamos a estos seres voladores, entintando sus escondites,
encendiendo máquinas eléctricas que acabarán con su vida o trampas pegajosas
que cuelgan desde el suelo? Esta es la reflexión usual, en la que se pide un
grito en auxilio a éstas que viven solo para deleitarnos, a las cuales les
debemos más que obligarlas a evolucionar para que cambien esas alas nocturnas
por unas alas del día que nunca muere a causa de todos los que continuamos
disfrutándola sin pensar más allá del aleteo de la polilla.
Por: Aldo Arteaga Estrada
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