viernes, 12 de febrero de 2016

"Aún recuerdo lo largo que fue ese septiembre"

"El reloj ubica el momento, pero ¿qué indica la eternidad?"
Walt Whitman

Sacrificios... eso hacemos por las personas que nos importan. Recuerdo, perfectamente, cuando mi padre me dijo estas palabras. Cuando yo tenía once años; mi papá era mi héroe, antes siempre me llevaba cargado en sus hombros mientras yo portaba una capa de Superman, jugaba conmigo en todos momentos y más cuando me hacía avioncito por toda la casa, pero debido a mi soplo en el corazón no podía jugar y hacer las actividades que hace un niño normal a mi edad. Mi nombre es Billie Joe Armstrong y está historia sucedió hace diez años.

Mi doctor dijo que toda mi enfermedad se había originado por el largo tiempo de espera en mi nacimiento, porque resulta que no es una simple asma, es más que eso. Me era muy difícil hacer deportes, tenía la escuela en mi casa y también estaba bajo observación las veinticuatro horas del día. Lo importante es que tenía una hermosa familia, mis hermanos mayores eran geniales, sus nombres son Alan y David. Sin embargo, también tenía a mis hermanas traviesas, como todas las niñas pero carismáticas, sus nombres son: Anna, Marcy y Holly; y por último se encontraban mis padres, Ollie, es como cualquier otra madre: cariñosa y amorosa. Mi padre, Andrew, era esa persona que no te abandonaba, siempre te impulsaba y te hacía reír sin importar lo triste que estuvieras. Lo único que nunca me falto; fue amor. 


Pero a veces no es suficiente el amor, yo tenía que luchar para estar estar vivo por lo menos un día más. Algo que nunca me quito la sonrisa de la cara fue la esperanza, esa fe de querer seguir luchando por algo, de despertarme cada día y hacer algo nuevo pero todo lo bueno tiene que terminar; y lo mío termino de la peor manera. 

Resulta que para hacer un trasplante de corazón, se tienen que tener las mismas características en ambos corazones para que esto resulte bien. Un día antes del  15 de septiembre, me puse muy mal, estaba convulsionando y no podía respirar; al llevarme al hospital y entrar a urgencias, dijeron que en cualquier momento mi corazón dejaría de latir sino encontraba uno que lo reemplazara. Es sólo que ya no recuerdo más, al despertar sólo supe que mi padre entro al quirófano conmigo pero no volvió a salir.

Ojalá nunca hubiera llegado ese día en el que mi padre se despidió sin decir adiós, porque no pude decir adiós, sólo quería que septiembre terminara y con él se fuera el dolor que en ese momento sentí que explotaría en mi pecho. No quería sentir pero mi padre tenía razón, cuando realmente amabas a alguien los sacrificios no eran otra que sólo una prueba que la vida te ponía, era como un puente en el cual tú decidías si cruzabas o no. 

L.M.

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