domingo, 21 de febrero de 2016

La mente del pez dorado

Esta columna no es sobre peces


La inspiración humana nos motiva a seguir; es la inspiración de otras personas la que nos permite emprender, en ocasiones, nuestro propio camino guiado a aquello que en verdad se desea. Así surgen los ídolos, esa clase de personas que nos inspiran, por las que sentimos una admiración poco usual: antes, escritores, inventores, pensadores, intelectuales; posteriormente, y debido a la proximidad con la que se trató el surgimiento del cine y del resto de los medios audiovisuales, por la demanda que estos mantuvieron por sobre el consumo de los diarios, de las revistas, los libros, boletines, etc.; aquellos ídolos fueron evolucionando, convirtiéndose en los actores, productores, guionistas, comunicólogos, presentadores, conductores…

Todos ellos parecían tan inalcanzables, tan idílicos que era casi imposible que una persona cualquiera pudiera obtener aquella fama, aquello que los motivaba a idolatrar a todos ellos. Posiblemente en eso consistía exactamente la idolatría, en anhelar una vida tan cómoda y “tranquila” como la que mostraban esos personajes; mas es necesario agregar que, con la llegada de Youtube, esta frontera de lo inalcanzable parecía eliminarse a cada instante, como si con cada uno de los adelantos que produjeron aquellos ídolos de antaño, la idolatría se fuera simplificando a un mundo superfluo y sin sentido.

El mundo inalcanzable que era esbozado por las sonrisas, las fiestas, la buena vida presentada; ese mundo pareciera eliminarse de las ansias de aquellos que idolatran. Se sabe que esta faceta es sólo una máscara, que realmente la vida no es así y es por esa razón que las redes sociales tuvieron tanto éxito; permitían a los pequeños mortales mantener cierta atención en sus vidas y, de cierto modo, para tener más seguidores, dichas vidas comenzaron a tornarse falsas con el afán de que la idolatría que ellos guardaban hacia otros, se volviera hacia ellos. Youtube, brindó una opción similar: cualquier individuo estaba en su derecho de subir un vídeo realizado por él mismo. Con ello surgieron animaciones interesantes, vídeos de protesta (o satíricos), vídeos informativos no censurados, vídeos de lo absurdo dirigidos solamente a la entretención; y entonces surgieron, igualmente, los videoblogs.

Los vídeoblogs, en específico de vidas, son los que más llaman la atención para el tema de dicha columna, aquellos que hicieron los vídeos destinados al entretenimiento se vieron tentados a seguir la línea que se había seguido en Facebook. ¿Por qué limitarse al entretenimiento y a la idolatría de una faceta suya, si con Youtube se podía contemplar también la faceta que no se ve de los anteriores ídolos? Pues bien, la respuesta fue fácil, y se inauguró la tendencia de grabar vidas: una especie de Reallity-show pero en el que se sacaba a la luz la vida íntima de estos ídolos, sin la necesidad de la invención de chismes como pasaba con los ídolos anteriores. En teoría es una buena opción, el problema viene en el momento de la imitación.

La imitación de estos ídolos resulta más sencilla porque se ve expuesta su vida rutinaria, una vida que no resulta muy distante de la de cualquier mortal que se encuentre en la clase media, posea una cámara y ganas de ser idolatrado. Sin embargo, esta clase de vidas también requieren trabajo. Cualquiera diría que es sencillo simplemente sentarse y grabar el desayuno, la comida, la cena… el andar, el correr, la pelea, el chisme, etc. Pero existe también el trabajo de edición, el saber grabar, el saber hablar y, sobre todo, tener en claro el por qué se hace y cómo. La imitación de este nuevo tipo de ídolos tampoco es fácil, en gran medida porque la mayoría cree que lo es y se sumerge en el mundo virtual sin siquiera saber usarlo, mientras pretende nadar, pero luego naufraga sin un rumbo fijo. Los ídolos están por algo y no es malo tener ídolos, motivan a realizar cambios; mas no es opcional tener en claro hacia dónde nos guían esos ídolos y si se tiene lo necesario para ser como ellos.


Adriana Gasca L.

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