Cuéntame un cuento, cuéntame qué hay.
El cuento del jueves: La
mujer que llegaba a las seis (Colombia)
De féminas anónimas y amores en el restaurant.
Todos conocemos una y
la literatura les hace justicia. Desde Doña
Barbara del venezolano Rómulo
Gallegos, pasando por Brasil con Gabriela,
Clavo y Canela de Jorge Amado, hasta México con Santa de Federico Gamboa; la configuración del personaje femenino
en la literatura latinoamericana ha determinado grandes discusiones con
respecto al papel de la mujer en las letras. La mujer que llegaba a las seis, cuento del año 1950 compuesto por
la inigualable pluma del maestro colombiano Gabriel García Márquez, es una
clara invitación a conocer un poco más la enigmática naturaleza dual femenina.
“—Entonces,
¿me quieres? —dijo la mujer.
—Sí
—dijo José.
Hubo
una pausa. José siguió moviéndose con la cara revuelta hacia los armarios,
todavía sin mirar a la mujer. Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el
busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la
lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas:
—
¿Aunque no me acueste contigo? —dijo.
Y
sólo entonces José volvió a mirarla:
—Te
quiero tanto que no me acostaría contigo —dijo.
Luego
caminó hacia donde ella estaba. Se quedó mirándola de frente, los poderosos
brazos apoyados en el mostrador, delante de ella, mirándola a los ojos. Dijo:
—Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va
contigo.”(Márquez, 1950)
Uno de los
elementos más interesantes en el análisis de La mujer que llegaba a la seis, es la trama, al ser circular ésta contribuye
al ambiente intimista que se pretende reflejar en torno a los personajes, la
intensidad aumentará paulatinamente a partir de la interacción de ambos. Los
diálogos conducen al lector hacía el clímax del relato logrando un ritmo
acelerado y consistente con la trama. Una bocanada de humo, un silencio, el
roce de las manos, una confesión.
“—Vete a dormir —dijo José—. Y métete un
baño antes de acostarte para que se te serene la borrachera.
—En serio, José —dijo la mujer—. No
estoy borracha.
—Entonces te has vuelto bruta —dijo
José.
—Ven acá, tengo que hablar contigo —dijo
la mujer.
El hombre se acercó tambaleando entre la
complacencia y la desconfianza.
— ¡Acércate!
El hombre volvió a pararse frente a la
mujer. Ella se inclinó hacia adelante, lo asió fuertemente por el cabello, pero
con un gesto de evidente ternura.
—Repíteme lo que me dijiste al principio
—dijo.
— ¿Qué? —dijo José. Trataba de mirarla
con la cabeza agachada, asido por el cabello.
—Que matarías a un hombre que se
acostara conmigo —dijo la mujer.
—Mataría a un hombre que se hubiera
acostado contigo, reina. Es verdad —dijo José.
La mujer lo soltó.
— ¿Entonces me defenderías si yo lo
matara? —dijo, afirmativamente, empujando con un movimiento de brutal
coquetería la enorme cabeza de cerdo de José.”(Márquez, 1950)
La diégesis del
texto, a pesar de no presentar grandes despliegues descriptivos con un
escenario sorprendente, impregna al lector de un entorno diseñado para la
estimulación de los sentidos a partir de la interacción de los personajes; un
restaurante, no hay mejor lugar para confesar un coqueto homicidio. La coquetería
por parte de la mujer, cuyo nombre jamás nos es revelado, y las reacciones que
ésta produzca en el restaurantero bonachón José; además del cigarro y el bistec
que promete ser cocinado, seduce la imaginación con el paso de las páginas.
“José se puso a dar golpecitos en el
mostrador, frente a ella, sin saber qué decir. La mujer miró nuevamente hacia
la calle. Miró luego el reloj y modificó el tono de su voz, como si tuviera
interés en concluir el diálogo antes de que llegaran los primeros parroquianos.
— ¿Por mí dirías una mentira, José? —dijo—. En serio.
Y entonces José se volvió a mirarla, bruscamente, a fondo, como si una
idea tremenda se le hubiera agolpado dentro de la cabeza. Una idea que entró
por un oído, giró por un momento, vaga, confusa, y salió luego por el otro,
dejando apenas un cálido vestigio de pavor.
— ¿En qué lío te has metido,
reina? —dijo José” (Márquez, 1950)
La relación de ambos
personajes brinda un claro ejemplo de la estructura de los tipos femenino y masculino
dentro de la literatura latinoamericana. Son generados nuevos estereotipos; José
se presenta frente a nosotros en oposición al espécimen “macho”, tenemos un
hombre grande, poco atractivo y un tanto sudoroso; el dueño bondadoso del
restaurant que es seducido por el elemento fuerte, astuto y coqueto. Nos
encontramos con el juego a la dualidad humana; el tiempo y la sangre son el rey
y la reina, el tablero de ajedrez: la
relación entre ambos personajes.
“—Te dije que mañana me voy y no me has
dicho nada —dijo la mujer.
—Si —dijo José—. Lo que no me has dicho
es para donde.
—Por ahí —dijo la mujer—. Para donde no
haya hombres que quieran acostarse con una.
José volvió a sonreír.
— ¿En serio te vas? —preguntó, como
dándose cuenta de la vida, modificando repentinamente la expresión del rostro.
—Eso depende de ti —dijo la mujer—. Si
sabes decir a qué hora vine, mañana me iré y nunca más me pondré en estas
cosas. ¿Te gusta eso?”(Márquez, 1950)
…
“José sonrió y pasó el trapo por el aire
que se interponía entre él y la mujer, como si estuviera limpiando un cristal
invisible. La mujer también sonrió, ahora con un gesto de cordialidad y
coquetería. Luego el hombre se alejó, frotando el vidrio hacia el otro extremo
del mostrador.
— ¿Qué? —dijo José, sin mirarla.
— ¿Verdad que a cualquiera que te pregunta a qué hora vine le dirás que
a un cuarto para las seis? —dijo la mujer.
— ¿Para qué? —dijo José, todavía
sin mirarla y ahora como si apenas la hubiera oído.
—Eso no importa —dijo la mujer—. La cosa es que lo hagas.
José vio entonces al primer parroquiano que penetró por la puerta
oscilante y caminó hasta una mesa del rincón. Miró el reloj. Eran las seis y
media en punta.
—Está bien, reina —dijo distraídamente—. Como tú quieras. Siempre hago
las cosas como tú quieras.”(Márquez, 108)
Los personajes
femeninos en la literatura latinoamericana disfrutan de jugar con viajeros
incautos del día a día.
García Márquez nos da un vistazo a uno de esos humanos vestidos como demonios, una
sonrisa, una mirada, un par de labios que consiguen todo lo que piden. Jugando
un poco con nuestro estimado lector, lo invitamos a recordar; un rostro con un mechón
de cabello encima, una sonrisa inocente que la delata, los ojos sólo lo
confirman. Se encuentran cualquier lugar, un par de piernas en minifalda que
pisan el techo del infierno; ¿aún no la recuerda?, solía besarlo a las seis.
Isadora Cabrera.
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