jueves, 11 de febrero de 2016

Cuéntame un cuento, cuéntame qué hay.

El cuento del jueves: La mujer que llegaba a las seis (Colombia)    
       
 De féminas anónimas y amores en el restaurant.
Todos conocemos una y la literatura les hace justicia. Desde Doña Barbara del venezolano  Rómulo Gallegos, pasando por Brasil con Gabriela, Clavo y Canela de Jorge Amado, hasta México con Santa de Federico Gamboa; la configuración del personaje femenino en la literatura latinoamericana ha determinado grandes discusiones con respecto al papel de la mujer en las letras. La mujer que llegaba a las seis, cuento del año 1950 compuesto por la inigualable pluma del maestro colombiano Gabriel García Márquez, es una clara invitación a conocer un poco más la enigmática naturaleza dual femenina.
“—Entonces, ¿me quieres? —dijo la mujer.
—Sí —dijo José.
Hubo una pausa. José siguió moviéndose con la cara revuelta hacia los armarios, todavía sin mirar a la mujer. Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas:
— ¿Aunque no me acueste contigo? —dijo.
Y sólo entonces José volvió a mirarla:
—Te quiero tanto que no me acostaría contigo —dijo.
Luego caminó hacia donde ella estaba. Se quedó mirándola de frente, los poderosos brazos apoyados en el mostrador, delante de ella, mirándola a los ojos. Dijo:
  —Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo.”(Márquez, 1950)
 
Uno de los elementos más interesantes en el análisis de La mujer que llegaba a la seis, es la trama, al ser circular ésta contribuye al ambiente intimista que se pretende reflejar en torno a los personajes, la intensidad aumentará paulatinamente a partir de la interacción de ambos. Los diálogos conducen al lector hacía el clímax del relato logrando un ritmo acelerado y consistente con la trama. Una bocanada de humo, un silencio, el roce de las manos, una confesión.

“—Vete a dormir —dijo José—. Y métete un baño antes de acostarte para que se te serene la borrachera.
—En serio, José —dijo la mujer—. No estoy borracha.
—Entonces te has vuelto bruta —dijo José.
—Ven acá, tengo que hablar contigo —dijo la mujer.
El hombre se acercó tambaleando entre la complacencia y la desconfianza.
— ¡Acércate!
El hombre volvió a pararse frente a la mujer. Ella se inclinó hacia adelante, lo asió fuertemente por el cabello, pero con un gesto de evidente ternura.
—Repíteme lo que me dijiste al principio —dijo.
— ¿Qué? —dijo José. Trataba de mirarla con la cabeza agachada, asido por el cabello.
—Que matarías a un hombre que se acostara conmigo —dijo la mujer.
—Mataría a un hombre que se hubiera acostado contigo, reina. Es verdad —dijo José.
La mujer lo soltó.
— ¿Entonces me defenderías si yo lo matara? —dijo, afirmativamente, empujando con un movimiento de brutal coquetería la enorme cabeza de cerdo de José.”(Márquez, 1950)

La diégesis del texto, a pesar de no presentar grandes despliegues descriptivos con un escenario sorprendente, impregna al lector de un entorno diseñado para la estimulación de los sentidos a partir de la interacción de los personajes; un restaurante, no hay mejor lugar para confesar un coqueto homicidio. La coquetería por parte de la mujer, cuyo nombre jamás nos es revelado, y las reacciones que ésta produzca en el restaurantero bonachón José; además del cigarro y el bistec que promete ser cocinado, seduce la imaginación con el paso de las páginas.

“José se puso a dar golpecitos en el mostrador, frente a ella, sin saber qué decir. La mujer miró nuevamente hacia la calle. Miró luego el reloj y modificó el tono de su voz, como si tuviera interés en concluir el diálogo antes de que llegaran los primeros parroquianos.
         — ¿Por mí dirías una mentira, José? —dijo—. En serio.
         Y entonces José se volvió a mirarla, bruscamente, a fondo, como si una idea tremenda se le hubiera agolpado dentro de la cabeza. Una idea que entró por un oído, giró por un momento, vaga, confusa, y salió luego por el otro, dejando apenas un cálido vestigio de pavor.
         — ¿En qué lío te has metido, reina? —dijo José” (Márquez, 1950)

La relación de ambos personajes brinda un claro ejemplo de la estructura de los tipos femenino y masculino dentro de la literatura latinoamericana. Son generados nuevos estereotipos; José se presenta frente a nosotros en oposición al espécimen “macho”, tenemos un hombre grande, poco atractivo y un tanto sudoroso; el dueño bondadoso del restaurant que es seducido por el elemento fuerte, astuto y coqueto. Nos encontramos con el juego a la dualidad humana; el tiempo y la sangre son el rey y la reina, el tablero de ajedrez: la relación entre ambos personajes.

“—Te dije que mañana me voy y no me has dicho nada —dijo la mujer.
—Si —dijo José—. Lo que no me has dicho es para donde.
—Por ahí —dijo la mujer—. Para donde no haya hombres que quieran acostarse con una.
José volvió a sonreír.
— ¿En serio te vas? —preguntó, como dándose cuenta de la vida, modificando repentinamente la expresión del rostro.
—Eso depende de ti —dijo la mujer—. Si sabes decir a qué hora vine, mañana me iré y nunca más me pondré en estas cosas. ¿Te gusta eso?”(Márquez, 1950)
“José sonrió y pasó el trapo por el aire que se interponía entre él y la mujer, como si estuviera limpiando un cristal invisible. La mujer también sonrió, ahora con un gesto de cordialidad y coquetería. Luego el hombre se alejó, frotando el vidrio hacia el otro extremo del mostrador.
         — ¿Qué? —dijo José, sin mirarla.
         — ¿Verdad que a cualquiera que te pregunta a qué hora vine le dirás que a un cuarto para las seis? —dijo la mujer.
         — ¿Para qué? —dijo José, todavía sin mirarla y ahora como si apenas la hubiera oído.
         —Eso no importa —dijo la mujer—. La cosa es que lo hagas.
         José vio entonces al primer parroquiano que penetró por la puerta oscilante y caminó hasta una mesa del rincón. Miró el reloj. Eran las seis y media en punta.
         —Está bien, reina —dijo distraídamente—. Como tú quieras. Siempre hago las cosas como tú quieras.”(Márquez, 108)

Los personajes femeninos en la literatura latinoamericana disfrutan de jugar con viajeros incautos del día a día. García Márquez nos da un vistazo a uno de esos humanos vestidos como demonios, una sonrisa, una mirada, un par de labios que consiguen todo lo que piden. Jugando un poco con nuestro estimado lector, lo invitamos a recordar; un rostro con un mechón de cabello encima, una sonrisa inocente que la delata, los ojos sólo lo confirman. Se encuentran cualquier lugar, un par de piernas en minifalda que pisan el techo del infierno; ¿aún no la recuerda?, solía besarlo a las seis. 

Isadora Cabrera. 

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