sábado, 6 de febrero de 2016

Los caminos de la vida: crónicas de autobús

Por Wendy Ortiz


Mi reloj marcaba las veintidós horas, en la parada había ya muy poca gente y hacía unos quince minutos que esperaba, tiritando de frío, que el último autobús pasara. Cuando por fin llegó, me subí junto con un par de personas más, y me acomodé en uno de los asientos del fondo. Otro día había terminado, y mientras miraba la luz de los postes por la ventanilla, pensaba en la nota roja que había leído hace algunos días: “encuentran mujer violada y desollada en camino de terracería”. El escalofrío que me produjo aquella nota, esa mañana que se publicó, era el mismo que me recorría el cuerpo cada vez que la evocaba.

Un hombre se subió en la siguiente parada y se sentó al otro extremo de donde yo estaba; se veía muy extraño, algo desesperado; estuve mirándolo de reojo por un rato hasta que me sorprendió, entonces disimuladamente saqué mi teléfono e hice que leía algún mensaje. Su aspecto era como el de cualquiera, pero su presencia me infundía temor, y ponía a funcionar en mi cabeza un mecanismo paranoide que me hacía mirar con recelo de un lado a otro.

Cuando me bajé del autobús, aquel extraño sujeto se bajó tras de mí; así que me puse nerviosa y lo único que se me ocurrió fue echarme a correr sin saber hacia dónde; cuando miré hacia atrás no había nadie, pero las calles se habían tornado diferentes, parecían más lúgubres y desoladas, no podía reconocer el lugar en donde estaba. Comencé a desesperar porque todo era muy confuso, estaba segura de que había bajado en el lugar correcto, y no entendía lo que estaba pasando.

Traté de tranquilizarme y me detuve en una esquina animándome a pensar prudentemente, así que, en vez de seguir metiéndome entre las calles, decidí regresar hacia la avenida en donde había bajado unos minutos antes. Seguí caminado hasta que pude ver la carretera, y estando a unos cuantos pasos de llegar, aquel hombre apareció ante mí, amenazándome con un enorme cuchillo afilado; me quedé petrificada, quería gritar, pero lo único que conseguí fue abrir la boca para dejar escapar un débil sonido, que se ahogó con el que produjo la piedra que aquel hombre impactó contra mi cabeza.

– ¡Ouch! exclamé, mientras sobaba mi sien y me reincorporaba en el asiento; miré alrededor y aún me encontraba dentro del autobús; al darme cuenta de que hacía ya una cuadra que debía bajarme, rápido me levanté y pedí al chofer que se detuviera. Ningún sujeto extraño estaba acechándome.

No hay comentarios:

Publicar un comentario