sábado, 6 de febrero de 2016

Cajón de sentidos ochentanianos para viajeros

Yendo de viaje en viaje, uno conoce demasiado. Durante la travesía a través de toda una década ocurrieron muchas historias, se vieron muchos paisajes, se vivieron grandes cambios, se vistieron variedad de excentricidades. Las historias que aquella tripulación viajera en el tiempo, no serán contadas ya; ya fueron, al igual que la época, forman parte del pasado. Esta parte, de aquí en adelante, se confirmará de aquellos artefactos traídos desde aquel tiempo. Los artefactos no sufrieron ningún daño, ni se perdieron en el equipaje del aeropuerto. Se cuido que el embalaje en el cual se guardaron quedara bien protegido, ésos son, los recuerdos; recuerdos que a si vez se guardaron en una caja grande, en una caja llamada memoria.


Llegando a casa después de una década de viajes, saco mi primer artefacto; mi primer recuerdo. Un cassette tengo en mi mano ahora. Éste es de The Cure, lanzado en abril de 1980, el álbum Seventeen Seconds. Recuerdo que lo elegí por la canción: The forest, una de mis favoritas; y por algo gracioso que dijo Rob sobre el álbum, «Quería mostrar mi parte más oscura y siniestra... Espero que la gente pueda ver toda la fealdad que hay en mí y lo infelices que puedo hacer a los demás...», aunque supongo que en aquel momento no lo fue tanto. Bien, un cassette; antes de que me digan que los cassette no son de los ochenta, déjenme decir que no lo tengo en mi cajón por su propia naturaleza, en efecto, los cassette no son de los ochenta, más bien su origen tuvo lugar a principios de los 60. El hecho de haber traído un cassette de los ochenta, es para algo más.

La música fue algo sumamente revolucionario en los ochenta, pues se dio un gran salto, ¿que cuál fue? Existió un mundo lleno de cables, la tecnología estaba sujeta a la esclavitud de una corriente eléctrica. El primer salto a un pequeño gran futuro fue lo inalámbrico, lo portátil. La música ahora ya podía salir a las calles. He aquí el auge del beat box, una grabadora no grande, ¡gigante! que con el tiempo sólo podía crecer más; sin duda no un accesorio, un mueble característico de los ochenta. Si el tamaño no era ya lo llamativo de aquel artilugio, se le añadieron luces de colores, un doble compartimiento para cassette, decenas de botones que permitían grabar y mezclar música. Prácticamente cualquiera con el dinero y la fuerza para comprar y cargar un beat box, ya tenía un estudio de grabación y una fiesta portátil en su poder. La fiesta en los ochenta se encontraba en cada esquina, en las aceras, de día, de noche.

El beat box no fue lo único que impactó en la década, hubo otro gadget que cambió por completo la manera de oír una canción. Sony lanzó su primer reproductor portátil, el Sony Walkman. La música ahora podía ser personal, en ese momento era increíble poder tener en un aparato tan pequeño, un lugar para escuchar los grandes éxitos que pudiera cargar un cassette, fue como el i pod de los ochenta, sólo bastaba con colocar el cassette en el reproductor y ponerse los audífonos, y listo, una propia banda sonora de vida.

El futuro se presentó en la música, no solo en ella claro; música que fue excepcional. Algunos dicen que la música fue lo que salvó a aquella generación que estaba en declive, uno de los primeros pasos hacia la evolución tecnológica fue en los ochenta. La música está por demás decir que no fue lo único ni más importante, pero fue de impacto por lo que representa en la sociedad, marca géneros, estándares, clases, jerarquías. Mucho pasó desde que las máquinas se revelaron de sus cables opresores y fueron libres de ir a donde quisieran. Ahora, hurgaré un poco más en mi cajón, quiero mostrar otro recuerdo memorable, pero primero escucharé a The Cure un par de veces.
Jessica Fortanell N.

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