lunes, 15 de febrero de 2016

Diario de viajes ficticios

Existe un lugar para el que la idea preconcebida del color verde es insuficiente, donde la persistente lluvia y niebla hacen su aparición la mayoría de los días del año, donde los castillos medievales se alzan con la misma majestuosidad desde hace siglos siempre a orillas de algún lago de vastas proporciones, donde los paisajes entre mar y tierra se colisionan y se disocian caprichosamente por medio de elevaciones geográficas, donde los cuentos de hadas bien podrían haberse originado. Este lugar, la isla de Skye, puede encontrarse en los mapas de Escocia.
     Había leído en algún sitio que esta isla parecía como “surgida del mar” y junto con las fotos que hacían gala de sus coloridos paisajes, resultó el detonante para que decidiera hacer un viaje hasta allá. Si no les importa tener que lidiar con un acento golpeado de inglés y una pronunciación muy distinta del que las películas norteamericanas se han encargado de llenarnos los oídos, y si gustan, a su vez, del senderismo, del whisky y de los pueblitos pintorescos, pueden dar por hecho que no quedarán decepcionados de Skye, una isla lo suficientemente pequeña como para recorrerla en un par de días. 
    El primer destino que visité después de mi llegada fue Fairy Pools, unas cascadas de agua cristalina, obras del Río Brittle, debajo de las montañas de los Cuillin. El agua tiene temperaturas muy bajas y meterse no es una muy buena opción, pero uno puede remojar los pies y disfrutar de una gran vista todo lo largo de la ruta a seguir que lleva a las diferentes piscinas que hay.
     Después me dirigí hacia el pueblo de Dunvegan, donde me hospedé por ese día y también locación de un castillo del mismo nombre. Hay un par de destilerías en el camino y es posible no desviarse mucho del camino para llegar a ellas. Por la tarde fui a la aldea de Claigan y a Coral Beach, playa cuya arena está constituida a base de pequeñas partículas de algas blancas que parecen corales y que, a comparación con el mar, éste luce color turquesa. Antes de que anocheciera fui al Neist Point Lighthouse, uno de los faros más famosos de Escocia, desde donde observé el atardecer. 


    Por la mañana del día siguiente fui a Fairy Glen, una combinación de bosques frondosos, cascadas y riberas un tanto escondida pero que, sin duda, tiene un encanto especial, lleno de magia, y que merece toda la pena ver. Luego seguí hasta Kilt Rock -utilizada como imagen para postales-, una cascada de aproximadamente 50 metros junto a la carretera donde hay un mirador para los turistas. Más adelante está Old Man of Storr, el símbolo más importante de la isla de Skye, una cúspide de piedra; hay que contemplar unas dos horas para aparcar el auto, caminar hasta la cima y de regreso. Por último, antes de irme, visité Portree, un pueblo con casitas pintadas de colores junto al puerto, donde pude comprar algunos productos locales y souvenirs. 

Ana Estrada Martínez

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