lunes, 15 de febrero de 2016

Infierno grande


IV

Como lo mencioné en el capitulo anterior, las preguntas no dejaban de atacarme: ¿cuál era la causa de todo ese espectáculo en el Cerro del Quemado? ¿Cuál era mi papel en aquel pueblo? ¿Por qué no habían llamado a otra persona para que viera aquella escena? Si escribiera acerca de esto, ¿la gente me creería? Más y más preguntas me bombardeaban, mis nervios aumentaban al igual que la incógnita de todo. Eloísa preguntaba lo que había sucedido, lo qué había visto, etc. Yo le explique los eventos lo más detallado y realista que pude, pero ella en vez de expresar sorpresa ni se inmutó. Después de mi explicación le pedí a la hermana de Anastasio que me explicara cuál era la historia del joven Juventino. Ella me advirtió que la historia era un poco vieja y debía contarla en varias partes, como se la contó su madre.

Leticia nunca quiso decir el cómo, el por qué y el para qué había llegado a la Higuera. Apareció un miércoles de ceniza, con un morralito lleno de ropa, un par de papeles y dinero. Nadie supo por dónde había llegado y pues todos nos quedamos con la idea de que era una bendición del merito cielo. Lástima que llegaron al infierno mismo. Digo “llegaron” porque ella estaba en cinta con siete meses ya cumplidos. Mi madre, Maria del Rosario, la acogió como buena gente que siempre fue; la cuidó, la ayudó en el parto y fue su amiga verdadera.

La historia inicia con Leti. Leticia Barragán era hija de Catalina del Rio, mujer chula de bonita originaria de Actopan, Hidalgo. Catalina vivió casi toda su vida en Pachuca, donde trabajó de maestra en varias escuelas de la misma ciudad. Se enamoró de un hombre de bien: trabajador, de buen carácter, noble y con unos dotes de galán muy bien trabajados. Este hombre era el General Juan Barragán. El general también cayó en las redes del amor al ver pasar a Catalina por la Plaza de la Independencia. Fue un amor puro y real, pero esto no pudo continuar como desean los enamorados ya que el General fue llamado a una campaña en Tampico. Ante tal noticia, la despedida fue sumamente dura para Catalina y vil para el general. Se despidieron jurándose amor eterno, pero ella se quedo con la ilusión viva, el corazón roto y un bebe en sus entrañas.

Paso un año y la pequeña Leti ya daba sus primeros llantos. Catalina la cuidaba porque ella era la verdadera representación del amor eterno entre Catalina y el general. Catalina amaba a su pequeña niña. Pero durante dos años, Catalina no había recibido ninguna noticia de su amado, y su amor, como la ilusión, iba desapareciendo poco a poco. La tristeza la embargaba más y más, las lágrimas se le fueron agotando y su vida iba perdiendo clamor a pesar de que tenía en sus brazos a Leticia. Una tarde de marzo recibió una carta del general, donde se disculpaba por no haber notificado nada; informaba que su amor nunca desapareció, prometiendo su apoyo incondicional y amor sincero. Y así fue.

Catalina recibía cartas cada semana, y ella respondía lo más pronto que podía; renaciendo su amor de entre las cenizas, atrayendo la alegría perdida a su vida.Él contabale las noches de desesperación al no tenerla y su desconsuelo total al no oler su perfume natural de huele de noche. Su amor parecía tener la esperanza vivaz gracias a cada epístola. De esta manera pasaron los meses, mandándole noticias de los lugares en los que estaba, en qué estado estaba combatiendo, el cargo que ocupaba, pero más que nada, reconstruía sus memorias para recordarla. Para amarla.

El mundo de la pareja y la bebé cambia cuando Carranza muere. **”



* Icono de lealtad carrancista y héroe en la batalla de El Ébano
**El 21 de mayo de 1920.




J.A.N.H.

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