IV
Como lo
mencioné en el capitulo anterior, las preguntas no dejaban de atacarme: ¿cuál
era la causa de todo ese espectáculo en el Cerro del Quemado? ¿Cuál era mi
papel en aquel pueblo? ¿Por qué no habían llamado a otra persona para que viera
aquella escena? Si escribiera acerca de esto, ¿la gente me creería? Más y más
preguntas me bombardeaban, mis nervios aumentaban al igual que la incógnita de
todo. Eloísa preguntaba lo que había sucedido, lo qué había visto, etc. Yo le
explique los eventos lo más detallado y realista que pude, pero ella en vez de
expresar sorpresa ni se inmutó. Después de mi explicación le pedí a la hermana
de Anastasio que me explicara cuál era la historia del joven Juventino. Ella me
advirtió que la historia era un poco vieja y debía contarla en varias partes, como
se la contó su madre.
“Leticia
nunca quiso decir el cómo, el por qué y el para qué había llegado a la Higuera.
Apareció un miércoles de ceniza, con un morralito lleno de ropa, un par de
papeles y dinero. Nadie supo por dónde había llegado y pues todos nos quedamos
con la idea de que era una bendición del merito cielo. Lástima que llegaron al infierno
mismo. Digo “llegaron” porque ella estaba en cinta con siete meses ya cumplidos.
Mi madre, Maria del Rosario, la acogió como buena gente que siempre fue; la
cuidó, la ayudó en el parto y fue su amiga verdadera.
“La
historia inicia con Leti. Leticia Barragán era hija de Catalina del Rio, mujer
chula de bonita originaria de Actopan, Hidalgo. Catalina vivió casi toda su
vida en Pachuca, donde trabajó de maestra en varias escuelas de la misma
ciudad. Se enamoró de un hombre de bien: trabajador, de buen carácter, noble y
con unos dotes de galán muy bien trabajados. Este hombre era el General Juan
Barragán. El general también cayó en las redes del amor al ver pasar a Catalina
por la Plaza de la Independencia. Fue un amor puro y real, pero esto no pudo
continuar como desean los enamorados ya que el General fue llamado a una
campaña en Tampico. Ante tal noticia, la despedida fue sumamente dura para
Catalina y vil para el general. Se despidieron jurándose amor eterno, pero ella
se quedo con la ilusión viva, el corazón roto y un bebe en sus entrañas.
“Paso
un año y la pequeña Leti ya daba sus primeros llantos. Catalina la cuidaba
porque ella era la verdadera representación del amor eterno entre Catalina y el general.
Catalina amaba a su pequeña niña. Pero durante dos años, Catalina no había recibido
ninguna noticia de su amado, y su amor, como la ilusión, iba desapareciendo
poco a poco. La tristeza la embargaba más y más, las lágrimas se le fueron
agotando y su vida iba perdiendo clamor a pesar de que tenía en sus brazos a
Leticia. Una tarde de marzo recibió una carta del general, donde se disculpaba
por no haber notificado nada; informaba que su amor nunca desapareció,
prometiendo su apoyo incondicional y amor sincero. Y así fue.
“Catalina
recibía cartas cada semana, y ella respondía lo más pronto que podía; renaciendo su amor de entre las cenizas, atrayendo la alegría perdida a su vida.Él contabale las noches de desesperación al no
tenerla y su desconsuelo total al no oler su perfume natural de huele de noche.
Su amor parecía tener la esperanza vivaz gracias a cada epístola. De esta
manera pasaron los meses, mandándole noticias de los lugares en los que estaba, en qué estado
estaba combatiendo, el cargo que ocupaba, pero más que nada, reconstruía sus
memorias para recordarla. Para amarla.
“El
mundo de la pareja y la bebé cambia cuando Carranza muere. **”
* Icono
de lealtad carrancista y héroe en la batalla de El Ébano
**El 21
de mayo de 1920.
J.A.N.H.
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