El cuento del jueves: Día domingo
(Perú)
De tratamientos con cebada y amores en pugna.
Felicidades, si puede
leer esto ha sobrevivido a los peluches gigantes, las flores odiosas y los “ME
ALQUILO PARA SAN VALENTÍN”; entre otras propuestas de índole sexual ocultas y mal
escritas en las redes sociales. Somos conscientes de la lamentable resaca
amorosa que conlleva esta temporada, afortunadamente esta columna posee la cura
para combatir los síntomas mentales que aquejan al ser de nuestro estimado
lector. Ya sea en tabletas, jarabes, inyecciones o tés de la abuela, el
tratamiento peruano vengador de las buenas costumbres amorosas ha llegado a nuestras
manos; Mario Vargas Llosa nuestro salvador.
“Contuvo un instante la respiración,
clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo, muy rápido:
<<Estoy
enamorado de ti>>.
[…]Ya te contestaré, primero
tengo que pensarlo –dijo Flora, bajando los ojos. Y después de unos
segundos añadió-: Perdona, pero
ahora tengo que irme, se hace tarde.
[…] -Esperaré todo lo que quieras
-dijo Miguel-. Pero nos seguiremos viendo, ¿no? ¿Iremos al cine esta tarde, no?
-Esta tarde no puedo -dijo ella,
dulcemente-. Me ha invitado a su casa Martha.
Una correntada cálida, violenta,
lo invadió y se sintió herido, atontado, ante esa respuesta que
esperaba y que ahora le parecía
una crueldad. Era cierto lo que el Melanés había murmurado,
torvamente, a su oído, el sábado
en la tarde. Martha los dejaría solos, era la táctica habitual.
Después, Rubén relataría a los
pajarracos cómo él y su hermana habían planeado las circunstancias, el sitio y
la hora
[…]Era posible competir con un
simple adversario, no con Rubén […]” (Vargas Llosa, 1959)
Cuento
del año 1959, Día domingo es un
integrante del único libro de cuentos, Los
Jefes, escrito por la genialidad de Vargas Llosa. En éste, nos encontramos frente al conflicto amoroso entre dos
amigos, Rubén y Miguel, por la conquista de una chica, Flora. No es casualidad
que nuestra nueva entrada sea posterior a la dedicada a La mujer que llegaba a las seis del escritor colombiano Gabriel
García Márquez; la polémica desatada entre estos dos escritores, irónicamente,
posee ciertas similitudes con la narración. Omitiendo, por supuesto, el ojo
morado y el insulto con la palabra “macho”. Evitando caer en el escándalo y fascinación que generan las peleas de
escritores, pasaremos de lleno al análisis de nuestro cuento.
“-Me
provocó verlos -dijo Miguel, cordialmente-. Ya sabía que estaban aquí. ¿De qué
se asombran? ¿O ya no soy un pajarraco?
[…]-Apuesto
a que fuiste a misa de una -dijo el Melanés, un párpado plegado por la
satisfacción, como siempre que iniciaba algún enredo--. ¿O no?
-Fui
-dijo Miguel, imperturbable-. Pero sólo para ver a una hembrita. Nada más.
Miró a
Rubén con ojos desafiantes, pero él no se dio por aludido; jugueteaba con los
dedos sobre la mesa y, bajito, la punta de la lengua entre los dientes, silbaba
La niña Popof, de Pérez Prado.
-¿A qué
adivino quién es? -dijo Francisco-. ¿Ustedes no?
-Yo ya
sé -dijo Tobías.
-Y yo
-dijo el Melanés. Se volvió a Rubén con ojos y voz muy inocentes-. Y tú,
cuñado, ¿adivinas quién es?” (Vargas Llosa, 1959)
La
reunión en el bar vecino al cine Montecarlo por parte de Los Pajarracos, es el ejemplo perfecto de la construcción de
personajes masculinos. Las relaciones de camaradería, celos, lealtad y
competencia tendrán gran predominio dentro del grupo; las anécdotas, cargadas
de testosterona, y la interacción mutua de los integrantes, serán el atractivo
estético-empático durante la primera parte de la narración. De igual forma,
podemos rescatar la lucha por el dominio del “macho alfa”; el primer desafío
encaminado a herir la virilidad de Rubén, y con la intención de evitar su
encuentro con Flora, surtirá efecto. Miguel el más joven, demostrará ser el más
astuto.
“Me voy
-dijo Rubén.
-Lo que
pasa es que estás borracho -dijo Miguel-. Te vas porque tienes miedo de quedar
en ridículo delante de nosotros, eso es lo que pasa.
-¿Cuántas
veces te he llevado a tu casa boqueando? -dijo Rubén-. ¿Cuántas te he ayudado a
subir la reja para que no te pesque tu papá? Resisto diez veces más que tú.
-Resistías
-dijo Miguel-. Ahora está difícil. ¿Quieres ver?
[…]
-¿Te
rindes, mocoso?
Miguel
se incorporó de golpe y empujó a Rubén, pero antes que el simulacro prosperara,
intervino el Escolar.
-Los
pajarracos no pelean nunca -dijo, obligándolos a sentarse-. Los dos están
borrachos. Se acabó. Votación. El Melanés, Francisco y Tobías accedieron a
otorgar el empate, de mala gana.”(Vargas Llosa, 1959)
Al
llegar a la segunda parte del cuento, la cual coincide con el cambio de
diégesis, ocurrirá una transición a partir del intercambio de aquello que es
considerado como el sentir y eso que es llamado la acción. Es lazado, entonces
el segundo desafío, en esta ocasión Rubén será quien enuncie la mentada frase: “se volvió hacía los demás, abriendo los
brazos- Pajarracos, estoy haciendo un desafío.” Un
poco por los efectos del alcohol y otro tanto por el simple gusto de competir,
nuestros personajes emprenden una apuesta mucho más grande que consumir una
docena de cervezas. En este punto el espacio y la relación entre la sensación y
la acción determinará el resultado final de la competencia, sólo uno logra
consagrarse como el “mejor”.
“-Este
no es campeón de nada -dijo Miguel, con dificultad-. Es pura pose.
-Te
estás muriendo -dijo Rubén-. ¿Te llevo a tu casa, niñita?
-No
estoy borracho -aseguró Miguel-. Y tú eres pura pose.
-Estás
picado porque le voy a caer a Flora -dijo Rubén--. Te mueres de celos. ¿Crees
que no capto las cosas?
-Pura
pose -dijo Miguel-. Ganaste porque tu padre es Presidente de la Federación,
todo el mundo sabe que hizo trampa, descalificó al Conejo Villarán, sólo por
eso ganaste.
-Por lo menos nado mejor que tú
-dijo Rubén-, que ni siquiera sabes correr olas.
-Tú no nadas mejor que nadie
-dijo Miguel-. Cualquiera te deja botado.
[…] -Permítanme que me sonría
-dijo Rubén.
-Te permitimos -dijo Tobías-. No
faltaba más.
-Se me sobran porque estamos en
invierno -dijo Rubén-. Si no, los desafiaba a ir a la playa, a ver si en el
agua son tan sobrados.
-Ganaste el campeonato por tu
padre -dijo Miguel-. Eres pura pose. Cuando quieras nadar conmigo, me avisas
nomás, con toda confianza. En la playa, en el Terrazas, donde quieras.
-En la playa -dijo Rubén-. Ahora
mismo.
[...]
-Eres
pura pose -dijo Miguel.
El
rostro de Rubén se iluminó de pronto y sus ojos, además de rencorosos, se
volvieron arrogantes.
-Te
apuesto a ver quién llega primero a la reventazón -dijo.
-Pura
pose -dijo Miguel.
-Si ganas
-dijo Rubén-, te prometo que no le caigo a Flora. Y si yo gano tú te vas con la
música a otra parte.
-¿Qué
te has creído? -balbuceó Miguel-. Maldita sea, ¿qué es lo que te has creído?
[…] -Ha
aceptado -dijo Rubén-. Vamos.
-Cuando
un pajarraco hace un desafío, todos se meten la lengua al bolsillo -dijo
Melanés-. Vamos a la playa. Y si no se atreven a entrar al agua, los tiramos
nosotros.
-Los
dos están borrachos -insistió el Escolar-. El desafío no vale.
-Cállate,
Escolar -rugió Miguel-. Ya estoy grande, no necesito que me cuides.”(Vargas
Llosa, 1959)
Las
relaciones de camaradería y competencia planteadas por Vargas Llosa, poseen un detonante común; el amor. Estamos frente a la crisis entre dos hombres
(sensación y acción) por una mujer (amor), las apuestas idiotas y la lucha de
egos se hacen presentes; la gran incógnita que resuena en las relaciones
interpersonales, se revela frente a nosotros a partir del ingreso a un mundo
masculino. Para este momento el tratamiento de nuestro estimado lector ha sido
completado, la cura peruana surtió efecto, sin embargo ha dejado secuelas. El
nuevo malestar que aquejará su ser, genera más que una simple discusión entre
escritores y brincos duales al mar en invierno; se resume en una simple
pregunta: ¿se elige el amor por sobre la amistad?.
Isadora Cabrera.
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