domingo, 28 de febrero de 2016

Retazos de existencia.

The boy next door.

“¿Vamos a salir en algún momento al jardín? Oh, lo siento, pero no puedo dejar de verlo, es muy bonito. Perdón por interrumpirlo… Sus pinturas, son preciosas. ¿Dónde las compró? ¿O acaso usted las pintó? Si, perdón, suelo distraerme fácilmente, bueno al menos eso me han dicho mis padres e infinidad de psicólogos. No, no creo que me distraiga, simplemente me gusta apreciar todo a mi alrededor. Sé que suena bastante infantil y es una torpe excusa, pero es la verdad. Me encanta grabar cada detalle, emoción, color, olor, vamos… todo. Me estoy desviando del tema, lo siento ¿podría repetir la pregunta?

Fui un niño demasiado inquieto, eso extraño a mis padres, ya que mis hermanos parecían no tener tanta energía como yo. No se extrañara de saber que me aburría en extremo pues mientras yo quería salir a jugar, llenarme de lodo, saltar en charcos, atrapar insectos, etc, mis hermanos por el contrario sentían un apego especial por todo lo que involucrara tecnología: televisión, computadoras, videojuegos, nunca se despegaban de aquellos aparatos, lo cual resultaba conveniente para mis padres que trabajaban de 8 a 8. En cambio para mí era una tortura y me conformaba con salir todos los días al pequeño patio trasero a jugar con montones de muñecos a los que nadie hacia caso.

Un día, llegó una nueva familia al vecindario, ese día me pasé la tarde observando lo que bajaban del camión de mudanzas, cuando divise varias cajas de juguetes sentí una extraña corriente recorrer mi espalda. Era emoción. Tal vez aquella pareja tenían un hijo de mi edad con quien podría jugar, o bien podría ser niña, la verdad no me importaba, lo único que deseaba era conocer al dueño o dueña de esos juguetes y abordarlo antes de que mis hermanos lo inmiscuyeran en la obsesión por las pantallas. Llegó la tarde, después anocheció y ninguna criatura infantil apareció. Tres días después, al regresar del colegio, pude notar que un auto bastante grande se estacionaba frente a la puerta de los nuevos vecinos, la puerta trasera se abrió, un niño menudo y cabizbajo salió del auto, dirigiéndose a la casa.

Tardé otros tres días en hablar con él, no porque me diera vergüenza o algo así, más bien era que aquel niño salía muy poco de su casa y cuando lo hacía siempre era acompañado de alguno de sus padres. Así que aproveche la primera oportunidad que tuve. Lo abordé y comenzamos a hablar, me contó que era hijo único, sus padres trabajaban todo el día y no iba a la escuela debido a una extraña enfermedad. Por mi parte le hablé de mis hermanos, la escuela y acerca de mis sueños, eso lo hizo reír mucho. Pasamos mucho tiempo hablando antes de que me llamaran a cenar. Esa noche les conté a mis padres acerca de mi nuevo amigo, al principio me escuchaban sonrientes, pero cuando mencione de quien era hijo sus rostros se tornaron serios, no volvieron a querer saber acerca de ese chico.


Pasaron los meses y mi amistad con mi vecino crecía, siempre lograba convencerlo de escaparse su casa y que fuera a la mía a jugar en el jardín. Mis hermanos, claro está, nunca lo llegaron a ver y de verdad no me importaba, ya tenía a alguien con quien compartir mis horas. Unos días antes de mi cumpleaños lo invité a la fiesta que mis padres organizarían, acepto gustoso, pero cuando llego el día no apareció. Al anochecer fui a su casa en busca de una explicación, sus padres me abrieron y cuando les pedí ver a su hijo me cerraron la puerta en a cara. Semanas después se mudaron. Al crecer me llegué a preguntar si aquel niño era una especie de fantasma, ya nunca volví a saber de él y mis padres evadían al tema siempre que les preguntaba. Creo que nunca sabré en verdad que pasó. Sin embargo, algo que me consuela es que si era un fantasma, por lo menos le brindé diversión y bueno, el me acompaño cuando más solo me llegué a sentir.”

                                                                                                 Andrea Hernández Álvarez

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