The boy next door.
“¿Vamos a salir en algún momento al jardín? Oh, lo siento,
pero no puedo dejar de verlo, es muy bonito. Perdón por interrumpirlo… Sus
pinturas, son preciosas. ¿Dónde las compró? ¿O acaso usted las pintó? Si,
perdón, suelo distraerme fácilmente, bueno al menos eso me han dicho mis padres
e infinidad de psicólogos. No, no creo que me distraiga, simplemente me gusta
apreciar todo a mi alrededor. Sé que suena bastante infantil y es una torpe
excusa, pero es la verdad. Me encanta grabar cada detalle, emoción, color,
olor, vamos… todo. Me estoy desviando del tema, lo siento ¿podría repetir la
pregunta?
Fui un niño demasiado inquieto, eso extraño a mis padres, ya
que mis hermanos parecían no tener tanta energía como yo. No se extrañara de
saber que me aburría en extremo pues mientras yo quería salir a jugar, llenarme
de lodo, saltar en charcos, atrapar insectos, etc, mis hermanos por el
contrario sentían un apego especial por todo lo que involucrara tecnología:
televisión, computadoras, videojuegos, nunca se despegaban de aquellos
aparatos, lo cual resultaba conveniente para mis padres que trabajaban de 8 a
8. En cambio para mí era una tortura y me conformaba con salir todos los días
al pequeño patio trasero a jugar con montones de muñecos a los que nadie hacia
caso.
Un día, llegó una nueva familia al vecindario, ese día me
pasé la tarde observando lo que bajaban del camión de mudanzas, cuando divise
varias cajas de juguetes sentí una extraña corriente recorrer mi espalda. Era emoción.
Tal vez aquella pareja tenían un hijo de mi edad con quien podría jugar, o bien
podría ser niña, la verdad no me importaba, lo único que deseaba era conocer al
dueño o dueña de esos juguetes y abordarlo antes de que mis hermanos lo
inmiscuyeran en la obsesión por las pantallas. Llegó la tarde, después
anocheció y ninguna criatura infantil apareció. Tres días después, al regresar
del colegio, pude notar que un auto bastante grande se estacionaba frente a la puerta
de los nuevos vecinos, la puerta trasera se abrió, un niño menudo y cabizbajo
salió del auto, dirigiéndose a la casa.
Tardé otros tres días en hablar con él, no porque me diera vergüenza
o algo así, más bien era que aquel niño salía muy poco de su casa y cuando lo hacía
siempre era acompañado de alguno de sus padres. Así que aproveche la primera
oportunidad que tuve. Lo abordé y comenzamos a hablar, me contó que era hijo
único, sus padres trabajaban todo el día y no iba a la escuela debido a una
extraña enfermedad. Por mi parte le hablé de mis hermanos, la escuela y acerca
de mis sueños, eso lo hizo reír mucho. Pasamos mucho tiempo hablando antes de
que me llamaran a cenar. Esa noche les conté a mis padres acerca de mi nuevo
amigo, al principio me escuchaban sonrientes, pero cuando mencione de quien era
hijo sus rostros se tornaron serios, no volvieron a querer saber acerca de ese
chico.
Pasaron los meses y mi amistad con mi vecino crecía, siempre
lograba convencerlo de escaparse su casa y que fuera a la mía a jugar en el
jardín. Mis hermanos, claro está, nunca lo llegaron a ver y de verdad no me
importaba, ya tenía a alguien con quien compartir mis horas. Unos días antes de
mi cumpleaños lo invité a la fiesta que mis padres organizarían, acepto
gustoso, pero cuando llego el día no apareció. Al anochecer fui a su casa en
busca de una explicación, sus padres me abrieron y cuando les pedí ver a su
hijo me cerraron la puerta en a cara. Semanas después se mudaron. Al crecer me
llegué a preguntar si aquel niño era una especie de fantasma, ya nunca volví a
saber de él y mis padres evadían al tema siempre que les preguntaba. Creo que nunca
sabré en verdad que pasó. Sin embargo, algo que me consuela es que si era un
fantasma, por lo menos le brindé diversión y bueno, el me acompaño cuando más
solo me llegué a sentir.”
Andrea Hernández Álvarez
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