domingo, 7 de febrero de 2016

La mente del pez dorado

La pecera del pequeño pez



En la primera entrega de esta columna se hablaba de un monopolio supremo llamado internet; esa magnánima herramienta que ha consumido la mayoría de los medios informativos que se tenían a la mano mucho tiempo atrás. Misma herramienta que ha facilitado la comunicación entre las personas debido a la mayor eficacia que tiene en comparación a las cartas y, la distancia con las personas pareciera, cada vez, una situación más metafórica que cualquier otra cosa.
La distancia se vuelve más una metáfora porque resulta como si los más cercanos sufrieran de la distancia mental, gracias a un simple aparato; mientras que personas que se encuentran al otro lado del mundo, son distanciadas materialmente. La mayor parte de nuestro día se divide en una comunicación inmaterial, en la que el aparato intercede por nosotros incitando a una comunicación en la que el humano físico se pierde en algún sitio; todo esto da como resultado una impersonalidad perceptible.
Dicha impersonalidad no se refiere a la dificultad que producen, después de un tiempo, las conversaciones de frente. Sino, más bien, a aquel trato distinto que se mantiene a través de una máquina, olvidando, en ocasiones, que se está tratando con otro ser humano. Hace unos días, en alguna conversación que tuve, hablábamos precisamente de ello y cómo, los mexicanos, que tanto acostumbramos a saludar a donde quiera que se vaya, en un correo electrónico es muy extraño hacerlo, así como despedirse de una conversación por alguno de los medios que ahora llamaríamos convencionales. Cosa que, si se tratara de un encuentro cara a cara, resultaría muy grosero. Entonces, ¿las normas sociales dejan de aplicar en el trato electrónico?
Si esto es cierto, como consecuencia se tiene un grave problema pues, si bien, el internet pretende una globalización en la comunicación, también podría decirse que para la identificación humana se requieren características que lo distingan de los otros, entre ellas, las características del comportamiento social, adecuado para cada nación o grupo social. Las diferencias a veces resultan incómodas en el trato cultural. Pero se debe tener en cuenta que antes que todo, somos humanos y, por ende, adquirimos nuestro comportamiento en base a lo social dentro de los distintos niveles y no solamente en el nivel “supremo”.

            Entonces, si la impersonalidad no mata personas, bien podría matar al humano como lo conocemos. Por otro lado, se encuentra la farsa inherente de una sociabilidad aparentada por una popularidad falsa en la que se encuentra en nuestra realidad alternativa, de la que hablaba en la columna pasada; o en otras palabras, un fingimiento. Fingimiento causado por una popularidad que nos permite una estabilidad egocéntrica que, en ocasiones, no existe más allá de la pantalla. Un real y un real alternativo, en lugar de una misma realidad con diferentes escenarios. Pero de dichas relaciones se hablará en la siguiente entrega de esta columna.

Adriana Gasca L.

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